El
sentido del ridículo
Decimos
que hay personas con un alto sentido del ridículo, es decir, que están muy
pendientes y preocupadas por no hacer algo inconveniente en presencia de los
demás. Si ellos o alguna persona que les acompaña realizan alguna inconveniencia
social o alguna extravagancia, piensan que se han expuesto al ridículo público y
que, por tanto, resultan molestos, fuera de lugar, y pueden ser sometidos a la
burla o al desprecio de las personas presentes mientras «hacían el ridículo».
Este tipo de situaciones les generan una gran ansiedad, temor y vergüenza.
Un
exagerado sentido del ridículo se suele asociar con una personalidad insegura,
con la timidez, con una sobrevaloración de los convencionalismos sociales y una
gran sensibilidad frente a los juicios u opiniones de los demás. También es más
frecuente entre los que han desarrollado una actividad social escasa o que por
otros motivos carecen de la suficiente habilidad social.
El temor
a hacer el ridículo es algo que se mantiene de forma más o menos presente y que
se acentúa durante los momentos previos a una reunión social o un acto en el que
estas personas piensen que van a estar sometidas a la observación de otras con
las que no tienen suficiente confianza: una conferencia, un examen oral, una
recepción, una boda, etc., pueden ser situaciones en las que se teme hacer el
ridículo, especialmente si tienen algo de novedad, ya que entonces estas
personas se encuentran incapaces de prever lo que puede suceder y no se pueden
tranquilizar pensando que anteriormente ya salieron airosos de situaciones
similares.
Una vez
inmersos en uno de estos ambientes, la sensación de ridículo puede surgir por
cualquier nimiedad, por pequeños detalles que pasan generalmente desapercibidos
para los demás, pero que en estos momentos pueden llegar a constituir una
verdadera fuente de sufrimiento para estas personas. Crece entonces la
inseguridad, a veces, los sentimientos de inferioridad, la ansiedad y la
vergüenza que se caracteriza, al fin y al cabo, por un intento de que los demás
no descubran algo en nosotros, por lo que la expresión principal de la vergüenza
es la intención de esconderse de las miradas de los demás.
La
ansiedad previa al contacto con la situación en que se teme hacer el ridículo
puede conducir a evitarla a toda costa, ya que se movilizan los mecanismos
psicológicos de defensa inadecuados, como el de evitación, por el cual se
establecen falsos razonamientos encaminados a eludir este tipo de circunstancias
y librarse así de la posibilidad de enfrentarse con una situación angustiosa. De
este modo se puede llegar a establecer una auténtica fobia social, que conduce a
la larga a una progresiva inhibición, pasividad y falta de destreza en este
terreno.
Si la
persona se halla en esos momentos en un ámbito en el que se cree que está
haciendo el ridículo, se puede generar tal tensión emocional que se vea incapaz
de soportarlo por más tiempo. El mecanismo de defensa que se suele movilizar en
estos casos es el de huida, por el cual estas personas están «dispuestas a todo»
con tal de abandonar el lugar donde están, produciéndose un ataque de pánico
(Panic attack) por el que se marchan, terriblemente angustiados y sin atender
los posibles razonamientos que alguien les pueda proponer. Cuando transcurre un
poco de tiempo, las personas vuelven a la absoluta normalidad y reconocen la
desproporción de su comportamiento.
Un
exagerado miedo a hacer el ridículo dificulta la progresiva expansión de la
persona y puede ocasionar diversos trastornos por ansiedad, especialmente fobias
sociales. En otros casos, un exagerado sentido del ridículo no es más que un
síntoma de un trastorno de la personalidad. Por el contrario, la falta absoluta
del sentido del ridículo es propia de una personalidad psicopática, asocial, en
la que existe un exagerado desprecio por las normas sociales y una falta de
respeto por los demás.