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SÍNDROME DE FASE DE
SUEÑO RETRASADA E INSOMNIO APRENDIDO
Si bien los adolescentes suelen tener pocas alteraciones del sueño, ya que
se les considera los mejores durmientes (pueden dormir de 9 a 10 horas
diarias de un tirón) y forman el grupo de edad que, estadísticamente,
presenta menos patología del sueño, hay dos entidades bien definidas que
afectan a los adolescentes y que tienen solución si se realiza un
diagnóstico correcto.
El síndrome de fase de sueño retrasada es una alteración que se caracteriza
por un retraso en la aparición del episodio mayor de sueño (fase) respecto
al horario normal, resultando síntomas de insomnio que se expresan en forma
de dificultad para iniciar el sueño o trabas para despertarse a la hora
deseada. Una vez iniciado el sueño, el joven no presenta dificultades para
mantenerlo.
Esta alteración es típica de los adolescentes que se van a dormir a las 4-5
de la madrugada y se levantan 7 u 8 horas después. Explican que tienen
dificultades para iniciar el sueño y por esto se acuestan tarde, y si se
levantan pronto por la mañana tienen mucho sueño porque han dormido poco
(somnolencia diurna). Las características de su alteración son las
dificultades para iniciar el sueño antes de las 2-3 de la madrugada
(habitualmente suelen hacerlo entre las 2 y las 6 horas) y lo que les cuesta
levantarse antes de las 12-13 del mediodía, o incluso hasta las 16 horas de
la tarde.
Suelen ser jóvenes que se les califica de noctámbulos o de vagos, y
generalmente son mal considerados dentro del contexto sociofamiliar.
Obviamente, presentan somnolencia diurna durante “su mañana”. Son chicos que
no pueden seguir horarios regulares de estudio ni de trabajo, especialmente
si éstos empiezan a las 8-9 de la mañana. La gente no comprende por qué no
pueden seguir unos horarios normales como la mayoría, y ellos se sienten
incapaces de ser como los demás ya que no pueden ajustarse a las normas
sociales imperantes. La única solución que les queda es que encuentren por
casualidad un trabajo o actividad de tipo nocturno, ya que entonces siguen
mejor su esquema horario.
En estos casos, los medicamentos hipnóticos surten poco efecto y no se
recomienda su uso. La mejor manera de solucionar el problema es consultar
con una Unidad de Alteraciones del Sueño, en donde podrá realizarse el
tratamiento completo, que consistirá en la técnica de la cronoterapia: un
soporte psicológico con imposición de horarios y rutinas regulares,
medicación si lo requiere, y terapia lumínica (utilización de luz artificial
para sincronizar el ritmo vigilia-sueño).
El insomnio aprendido se caracteriza porque el paciente comenta que las
dificultades para dormir las ha tenido siempre, desde muy pequeño. Los
padres del adolescente insomne relatan que cuando era bebé, en los primeros
meses de vida, era imposible que durmiera seguido durante la noche y que
ésta estaba salpicada de múltiples despertares. Asimismo, describen que
desde pequeño tenía miedo a dormir y que muy a menudo requería la presencia
de los padres para conciliar el sueño o bien iba a dormir a su cama. Cuando
se hizo mayorcito rehusaba ir a pernoctar fuera de su casa y temía a la
misma noche, porque para él significaba “problemas con el sueño”. Luego, en
la adolescencia, el sueño ha seguido siendo inestable, con días de insomnio
combinados con días más normales.
Esta alteración nocturna que ha llegado hasta la adolescencia se considera
una secuela del mal dormir durante el primer año de vida. Por esta razón, al
no adquirir el hábito de sueño correcto durante la infancia, se arrastra la
inseguridad sobre esta acción durante toda la vida. Y llegada la edad adulta
se es propenso a automedicarse (con hipnóticos) y habitualmente se
autolimita el consumo de estimulantes (café, colas, etc.).
El tratamiento consiste en la reeducación del hábito del sueño mediante
técnicas psicopedagógicas especializadas, excluyendo en lo posible el uso de
medicamentos, ya que éstos sólo aumentan la sensación de enfermedad en el
paciente, que se siente en condiciones de inferioridad para superar la
situación. Recomendamos especialmente la lectura del libro ¡Necesito
dormir!, del doctor Eduard Estivill. |
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