La superstición
Decimos
que alguien es supersticioso cuando cree una serie de cuestiones que resultan
totalmente absurdas desde el punto de vista de la lógica. Estas personas se
suelen dar cuenta de que sus supersticiones no tienen, en sí, sentido, pero
continúan con sus prácticas y creencias supersticiosas a pesar de todo. Se ha
repetido muchas veces que la superstición está en relación con niveles
culturales deficientes, y así sucede en muchos casos. Los pueblos y culturas
menos evolucionadas son ricos en superstición, pero no es algo exclusivo de
ellos, ya que no es un fenómeno raro entre las naciones más avanzadas de nuestra
cultura occidental.
Hay que
distinguir, en primer lugar, diversos grados de superstición según los niveles
de creencia supersticiosa. Hay personas que creen firmemente en la realidad de
que algo cotidiano, como derramar la sal, traerá una desgracia y de algún
remedio, como un talismán, capaz de evitarlo. Otros, sin embargo, dudan, pero
actúan mediatizados por las creencias supersticiosas «por si acaso», es decir,
porque es mejor prevenirse ante la duda. Por último, otros se toman la
superstición como forma de llamar la atención o como mero esnobismo.
El
ambiente sociocultural y la educación recibida durante la infancia son los dos
factores que tienen mayor peso a la hora de determinar el que una persona vaya a
ser supersticiosa en el futuro. Cuando varias personas de la familia son
supersticiosas (especialmente los padres), existen altas probabilidades de que
el hijo continúe con esta tradición. También, aunque en menor medida, influyen
los amigos y conocidos, por lo que bien se puede decir que la superstición tiene
una génesis fundamentalmente referida al terreno de la cultura en la que se
desenvuelve esa persona. Si no se transmite la creencia supersticiosa de este
modo, se contagia, al menos, el temor a que esas cosas que nos parecen absurdas
puedan tener un cierto fundamento incomprensible.
Hay que
tener en cuenta que, generalmente, el supersticioso siempre sabe hechos propios
o ajenos en los que se cumplió el objeto de superstición. Por otro lado, se
pueden cumplir realmente algunas de estas previsiones, bien por mera casualidad,
o bien por efecto de la sugestión. Incluso algunas supersticiones tienen cierto
fundamento científico: por ejemplo, poner una llave fría en el párpado para que
no salga un orzuelo incipiente. Se sabe que la sugestión es muy eficaz contra
este tipo de enfermedades y que el frío disminuye la inflamación, con lo que se
puede conseguir que el orzuelo no se forme. Este conjunto de factores hace que
las creencias supersticiosas sean algo verdaderamente contagioso, aunque tan
sólo excepcionalmente tienen un mínimo fundamento real. La prueba es que las
opiniones de diversos supersticiosos se contradicen abiertamente según el
ambiente cultural de donde procedan.
La
superstición no es sólo una fuente de temores o un medio para protegerse de
diversos males, sino también una vía para dar más fundamento a ciertos anhelos y
esperanzas. Cuando algo se desea con cierta intensidad, y no se puede conseguir
por los medios ordinarios, se puede recurrir a la superstición, generalmente
recomendada por algún conocido en ese momento o con anterioridad, para probar
suerte. Cuando algunos de estos remedios resultan casualmente eficaces, se suele
afirmar profundamente la creencia supersticiosa, que se transmite a terceras
personas, y ésta tarda mucho en desaparecer, a pesar de los futuros fracasos.
Además de
los factores culturales y ambientales, también intervienen patrones de
personalidad. Hay personas con una cierta mentalidad mágica, predispuestas a
creer en todo lo que les resulta irracional, supranormal e inexplicable. Suelen
ser personas en las que lo afectivo mantiene una cierta supremacía sobre lo
racional. También es frecuente entre las personalidades histéricas y en las
neurosis obsesivas.