La capacidad de los padres de ser consistentes,
definiendo sus expectativas de forma clara pero con flexibilidad y afecto,
resulta esencial para crear un clima de seguridad y estabilidad para la
experiencia vital del adolescente. Sin embargo, dicha tarea no resulta fácil
para los padres, especialmente cuando son juzgados y criticados por sus
hijos.
Los progenitores son más vulnerables en este período, lo
que se intensifica aún más cuando sufren conflictos personales. Esto puede
llevarles a ser intolerantes, inconscientes o negligentes con sus hijos.
Muchas veces, por inseguridad, se vuelven rígidos e intransigentes,
cerrados a cambios de posición y negociación con el adolescente. Y
desaprovechan la oportunidad que ofrece la adolescencia: posibilidad de
cambio y renovación. No hay que olvidar que los jóvenes, en cierta medida,
también educan a sus padres...
Luego vienen las consecuencias de estas fricciones.
Porque estos conflictos con los hijos despiertan en los padres unas
lamentables reacciones. Por ejemplo, es clásico el sentimiento de
incapacidad para educar y comprender a los jóvenes, o el sentimiento
angustioso e hiriente de notarse rechazado por el hijo, o la aparición de
una meteórica escalada de actitudes autoritarias y agresivas... Y todo esto
coincide con una temible crisis de los padres: la crisis de la mitad de la
vida (midlife crisis) o crisis de la madurez, de los 45 a 55 años de
edad. Ésta sobreviene al mismo tiempo que la crisis de los adolescentes, lo
que puede provocar profundas perturbaciones familiares o incluso rupturas en
la matriz familiar. Estas rupturas podrán considerarse normales y esperadas
(crisis normativas) cuando se trata, por ejemplo, del inicio de la salida
del adolescente del "techo familiar"; o disfuncionales (crisis no
normativas), en el caso de una ruptura en la pareja parental.
Esta crisis de la mitad de la vida se caracteriza por la
súbita percepción de lo limitado del tiempo, con un sentimiento subjetivo de
la brevedad de la vida y un replanteamiento de las ambiciones personales. Se
intenta reorganizar la vida en función del tiempo que queda, más que en
función del tiempo ya desarrollado. Es el momento del balance y la reflexión
sobre lo que se ha hecho y lo que aún queda por hacer... Y hay quien sale
fortalecido de este autoexamen; pero hay otras personas que se acongojan.
Les asalta la angustia por el tiempo que pasa tan rápido, el temor de un
descenso de la actividad sexual, el menor interés sexual despertado por la
pareja -que también está envejeciendo-, contrastando con la explosiva
sexualidad de los adolescentes. Todo ello conlleva a menudo a conductas
desinhibidas, que en el hombre se manifiestan por la aparición súbita e
imprevisible de conductas sexuales tumultuosas, de búsqueda de aventuras,
amoríos y devaneos extraconyugales. En la mujer se suma el problema de la
desaparición de las reglas (menopausia), que puede suscitar un sentimiento
de sexualidad disminuida odesvalorizada, con una identidad femenina
limitada, o, por el contrario, un sentimiento de libertad mostrando
abiertamente una renovación de la sexualidad, a menudo con un tinte
vigorosamente adolescente...
A estas crisis de los padres cuarentones y cincuentones
que se centran fundamentalmente en la reelaboración de la sexualidad, hay
que añadir los conflictos no resueltos con los propios padres (los abuelos),
ya que dichos problemas tienden a reavivarse en esta etapa. Así, por
ejemplo, un padre puede vivir la desobediencia de un hijo como la
reproducción de su rebeldía adolescente frente a sus propios padres.
A todo ello se une con frecuencia un movimiento depresivo
debido a las múltiples pérdidas, reales o simbólicas, que los progenitores
sufren en este período. Entre ellas, dos pérdidas son particularmente
importantes: por un lado, la de los propios padres (los abuelos del
adolescente), a menudo ancianos, enfermos o próximos a la muerte (no es raro
que sus fallecimientos se produzcan cuando sus nietos son adolescentes); y,
por otro, la de los hijos (los propios adolescentes), que se escapan del ala
protectora parental. Padres y adolescentes se encuentran así enfrentados a
una crisis en la que se ponen en cuestión los fundamentos de la identidad de
cada uno.