La
timidez
De pronto
nota que se pone rojo, le sudan y le tiemblan las manos, se le quiebra la voz,
el estómago parece «estar al revés», y el corazón late tan rápido... es horrible
y parece como si todos se diesen cuenta de lo que le ocurre. Se siente una
sensación de ridículo y unas ganas imperiosas de esconderse. «¿Qué pensarán de
mí? ¿Dirán que soy un tímido?» Ante esta situación el sujeto se atemoriza y sólo
piensa en la forma de huir lo más rápido posible.
La
timidez es la consecuencia de la falta de seguridad en uno mismo que se
manifiesta al entrar en contacto con otras personas. Es un estado emocional que
se produce en ciertos tipos de personalidad y que se acompaña de síntomas
vegetativos, como rubor, sudoración, taquicardia y ansiedad, y que, a la larga,
provoca conductas evitativas: el tímido rehuye todas aquellas situaciones en las
que su timidez se pone de manifiesto.
La
palabra tiene distintos significados para cada uno: timidez, retraimiento,
recato..., son otras formas de denominarla. Para la gran mayoría de los que la
sufren es un aspecto desagradable de su personalidad; para algunos es como un
escudo que les permite despreocuparse del mundo exterior, y, para otros, es la
forma de atraerse las atenciones y el cariño de otras personas. Hay dos
cuestiones muy relacionadas con la timidez, pero que no son lo mismo:
introversión y vergüenza. El introvertido, que puede ser tímido o no, lo mismo
que el extrovertido, tiende a encerrarse dentro de sí mismo y a abrirse poco a
las personas que lo rodean, se siente a gusto con los objetos, los libros o la
misma naturaleza, disfrutándolos en solitario, sin compartir sus vivencias con
los otros. En la vergüenza interviene ya el aprendizaje: aparece cuando uno cree
haber cometido una acción reprobable o ridícula, casi siempre desde el punto de
vista social.
Estadísticamente, la manifestación de la timidez es asombrosa. Un 40 por 100 de
las personas se autodefinen como tímidas o dicen haberlo sido en algún momento
de su vida. Entre los adolescentes es casi como una norma. El 82 aceptan que
alguna vez son tímidos, el 40 por 100 se ven tímidos de forma general, un 17 por
100 responden con timidez en determinados contextos y sólo un 18 por 100 dicen
no haber sido nunca tímidos.
El tímido
se siente inseguro de sí mismo de forma general o sólo en momentos muy
concretos, como cuando tiene que hablar en público, aproximarse a una persona
del sexo opuesto o conversar con gente a quien no conoce. Es su forma de ser, su
personalidad, en ocasiones heredada de sus padres, y otras aprendida y
desarrollada al madurar. Teme además que su timidez se note, que los demás se
puedan dar cuenta es algo que lo horroriza. Tiende a mostrarse callado, evita la
mirada directa de las personas y las situaciones comprometidas. Sin darse
cuenta, se aparta y se aísla socialmente, en su vida laboral o afectiva. Puede
quedar anclado en un trabajo muy por debajo de su capacidad sólo por su conducta
evitativa. Se siente a disgusto con su timidez y si pudiese dejaría de tenerla.
lunto con esta experiencia personal y privada, está el efecto que causa en los
otros, que perciben a una persona insegura, temerosa, recelosa y huidiza. Por lo
común provoca desconfianza, pero en ocasiones se levanta como un halo protector:
«Pobre, es un tímido»; o «no puede hacerlo, porque es muy tímida».
Las
consecuencias de la timidez son claramente negativas, afectan a la estabilidad
psicológica, la satisfacción personal y las relaciones con el entorno. La
timidez crea problemas sociales, dificulta conocer gente nueva, hacer nuevos
amigos y disfrutar de experiencias potencialmente buenas; tiene correlatos
emocionales negativos, como la soledad, abandono y depresión; hace difícil el
ser impositivo o expresar apropiadamente opiniones y valores; limita las
valoraciones positivas que los otros puedan hacer de uno; posibilita juicios
sociales incorrectos, que, una vez hechos, son difíciles de cambiar: por
ejemplo, uno puede injustificadamente ser considerado como snob, aburrido, vacío
o poco amigable; crea dificultades para pensar claramente en ciertas ocasiones y
comunicarse con eficacia con los otros; altera la autoevaluación y origina
excesiva preocupación por las propias reacciones.
Descubrir
el origen de la timidez es el punto fundamental para combatirla. Puede proceder
de un sentimiento o un complejo de inferioridad: el que lo sufre se siente
inferior por una causa real o imaginaria. Puede heredarse de los padres
genéticamente, o aprenderse de ellos por la convivencia. Si en la infancia hay
un aislamiento o una dificultad en las relaciones afectivas puede desarrollarse
un carácter tímido, como, por ejemplo, si hay fallos en la relación madre-hijo.
Otras veces es un papel que se adopta, por ejemplo, en el colegio, y del que
luego es difícil desprenderse.
Ante las
consecuencias de su problema, el tímido reacciona de diversas formas. Algunos se
van abandonando, se aíslan y caen poco a poco en situaciones depresivas cargadas
de angustia. Otros crean una falsa imagen y se convierten en personas
tremendamente locuaces y asertivas («la alegría de la fiesta») en permanente
lucha por mantener esta imagen y esconder una forma de ser que no consideran
aceptable. Lo más normal es que la timidez se amortigüe con los años.
Pero la
timidez puede no desaparecer, aumentar o bloquear al tímido hasta el punto de
impedirle el llevar una vida normal. Se trata de timideces patológicas, que
pueden llegar a constituir una enfermedad. Sea cual sea el tipo de timidez y su
origen, lo importante son las repercusiones que tenga para el sujeto. La
orientación y el tratamiento van a depender de ellas. Quien la sufre suele
intentar superarla por sí mismo y sólo en ciertas ocasiones recurre a la ayuda
de un especialista. Se emplean técnicas de psicoterapia de apoyo y de conducta y
ocasionalmente se recurre a medicación.