CÓMO VIVIR LA SOLEDAD. ENFOQUE DESDE LA PSICOLOGÍA
La
soledad una situación vital que a gran número de personas les produce un
tremendo rechazo, incluso un miedo que puede llegar a ser irracional, mientras
que a otras les parece la promesa de algo inalcanzable.
El miedo
que produce a muchos la soledad puede llevar a tomar decisiones no demasiado
acertadas, como emparejarse con cualquiera, aunque diste mucho de su ideal, y al
que con frecuencia luego se intenta cambiar para que se ajuste a lo que nos
gustaría que hubiese sido, en lugar de quedarse con lo elegido; o como exigir,
de forma abusiva, directa o indirecta, consciente o inconsciente, que sean otros
los que se encarguen de llenar los espacios vacíos que uno no es capaz o no sabe
llenar. Estas son acciones que suelen llevar a cabo personas a las que la
soledad les supone una vivencia de profundo desasosiego.
La
soledad supone hacerse uno cargo del propio tiempo, de las emociones, de las
actividades, de las risas o de los pensamientos que se experimentan a lo largo
de cada día, que, por otro lado, han de suponer un resultado satisfactorio. Si
no se está acostumbrado a manejar todos estos elementos, o apenas alguno de
ellos, la tarea puede resultar demasiado ardua, y en algún momento se puede
llegar a tomar la decisión de no hacerse cargo de ella; o quizás se quiera, pero
no se sepa cómo hacerlo.
No
obstante, si nos acercamos un poco más al fenómeno de la soledad, no resulta tan
difícil apreciar que se trata de un proceso inevitable, constante y necesario:
• Inevitable, porque, como veremos a lo largo de este espacio, soledad y vida
son dos términos indisociables. Aunque quisiéramos no experimentarla, nos
acompaña en cada momento de nuestra experiencia vital. Por eso nos parece que
está al acecho en los momentos más inesperados, cuando simplemente está ahí,
como una compañera fiel.
•
Constante, porque no existe un solo momento de nuestra vida en que la soledad,
aunque estemos en compañía de una, algunas o muchas otras personas, deje de
formar parte de lo más íntimo de nuestro ser.
•
Necesaria, porque perderle el miedo, ser capaces de mirarla de frente y aprender
a disfrutarla y manejarla es una lección imprescindible para tomar las riendas
de la propia vida y llevarla por senderos más adecuados a la naturaleza
individual.
Si
empezamos analizando los dos momentos vitales más extremos, el del nacimiento y
el de la muerte, constatamos que se trata de dos experiencias que se viven en
soledad, aunque se encuentre uno rodeado de gente. Cuando se nace, aunque no
seamos capaces de recordarlo de manera consciente, la primera respiración, el
primer llanto es algo que, de los presentes, sólo realiza el bebé. La
experiencia de la muerte, aunque les suceda a dos millones de personas en el
mismo momento y por la misma causa, es algo que se vive de manera individual,
independiente, de manera única y en soledad. No se puede pasar a otro la tarea
de morirse por uno mismo.
No
resulta difícil, por lo tanto, acercarnos a la idea de que la vida, como
experiencia, transcurre en la soledad que supone la conciencia de uno mismo, de
las decisiones que se toman cada minuto que respiramos, de las consecuencias que
tiene lo que uno, y sólo uno, hace, dice, piensa o siente. Incluso en decisiones
tan cotidianas como la siguiente:
—¿Qué
quieres que hagamos esta tarde?
—Uff, no
sé, lo que quieras, me da igual...
—Bueno,
pues venga, vamos al cine a ver una película.
Aunque
aparentemente la decisión de lo que se va a hacer la toma el que propone ir al
cine, sin embargo, el que está respondiendo «no sé...» está tomando también la
decisión de que sea la otra persona quien elija adonde ir esa tarde. En estos
casos, es más cómodo refutar o reprochar lo que dice el otro, en lugar de
arriesgarse a proponer algo y que se le eche en cara a uno la decisión. Es por
eso que suele resultar muy desagradable cuando, después de dejar que sea el otro
el que toma la iniciativa, se le deniegue o se ponga mala cara. «Pues entonces
di tú dónde vamos», es la respuesta lógica en esta situación, pero lo importante
en este momento es darnos cuenta de la relación intrínseca que tiene lo
anteriormente descrito con los espacios de soledad, y de cómo cada momento que
vivimos nos lleva, finalmente, a ella.
Reclamamos, desde lo más profundo de nuestro corazón, que queremos ser libres,
que deseamos ser felices, pero ni una ni otra cosa puede alcanzarse de verdad si
no se ha reconocido previamente que se trata de un viaje que se hace en soledad,
y que es desde ella desde donde tenemos el auténtico acceso a una vida
satisfactoria, al menos con la propia conciencia.
Aceptar
la soledad que significa per se vivir, resulta asumir una gran responsabilidad
de la que muchas personas prefieren zafarse, pero que, bien al contrario, ofrece
más ventajas que inconvenientes. Hay momentos en que se puede llegar a sentir
que se ha estado viviendo la vida de otros, y que se ha hecho muy poco de lo que
a uno le pedía el cuerpo experimentar. Estos momentos suponen, para otras
personas, una auténtica liberación, una especie de permiso para poder hacer lo
que realmente les satisface, lo que no quieren dejar de hacer en esta vida. De
esta manera, nos podríamos plantear que asumir esa soledad significaría
prácticamente hacer lo que a uno le viene en gana. Cuando se aprende a vivir esa
soledad, uno es consciente de que se hará, a veces, lo que apetezca; otras
veces, lo que venga mejor; y algunas más, lo que no quede más remedio. Pero, de
cualquier acto, se asume la autoría y, lo que es más importante, sus
consecuencias.
A medida
que vamos viendo claro el rostro de la soledad, se va vislumbrando a su lado,
sin remedio, el de la responsabilidad. Se trata de una palabra con grandes
implicaciones, que nos pueden llevar a preguntarnos si quien está eludiendo la
soledad no estará, en el fondo, huyendo de la responsabilidad que supone.