SABER
COMUNICARSE:
CONOCER AL
RECEPTOR
Saber
comunicarse es saber encajar o ajustar nuestro mensaje a quien lo recibe para
que la respuesta sea la deseada, pero este resultado no se consigue
automáticamente. Es preciso hacer un esfuerzo por conocer al receptor: quién es,
cómo se comporta, en qué estado se encuentra, cómo piensa... y sólo en la medida
en que disponemos de tal conocimiento pueden darse probabilidades de éxito en la
comunicación. Hablar o actuar sin disponer de un conocimiento adecuado puede
conducir al acierto, pero heurísticamente, no logarítmicamente, es decir, no con
probabilidades de éxito.
Al
intentar conocer al receptor uno puede tratar de clasificarlo por sus rasgos en
alguna de las categorías que algunas teorías manejan, y esto es perfectamente
válido y bastante preciso. Si se descubre que el receptor es, por ejemplo, una
persona «orientada a la gente», que le importan mucho las personas, lo que
opinen de él, lo que les suceda, el aprecio que le pueden demostrar, etcétera,
los mensajes que se le manden no pueden ser del mismo estilo que los que se le
manden a una persona «orientada a las tareas», para quien las cosas, los
proyectos, los resultados, las obras, los procesos, las ideas, etcétera, sean lo
más relevante. Conocer el estilo de las personas ayuda a que la comunicación sea
más eficaz.
Pero el
emisor, que no conoce esas teorías clasificatorias, puede basarse simplemente en
sus observaciones personales, en lo que ve y en lo que, sin clasificar al
receptor, le aporten datos importantes sobre su persona, estilo y estado
personal, y le permitan realizar el ajuste adecuado.
Sea lo
que fuere, el caso es que el emisor debería realizar constantemente una
adaptación de sus mensajes a quien los recibe para asegurarse de que la reacción
es la esperada. Sorprende, sin embargo, constatar cómo en la vida ordinaria
somos capaces de irnos adaptando al terreno que pisamos o por el que conducimos,
y en cambio se echa en falta una escasez de adaptación cuando de comunicarnos o
relacionarnos con otro se trata. En esos casos lo que hacemos más bien es emitir
nuestros mensajes según el impulso bajo el que nos encontramos, según nos
apetece o según lo que por intuición nos parece que hemos de responder. Hay
quien ni se fija ni escucha atentamente, y se lanza en función de su propio
objetivo, su afán de desahogo o su intuición, no siempre suficientemente apoyada
y justificada.