SABER
COMUNICARSE: EL MENSAJE
Casi todo
lo que hace el emisor constituye un mensaje para el receptor. No sólo es mensaje
aquello que decimos, pues no todo mensaje está constituido por palabras.
Los
mensajes pueden ser verbales, siendo en este caso las palabras el verdadero
protagonista, pero los no verbales, constituidos por los gestos, movimientos,
voz, mirada y todo lo que expresemos con el cuerpo, también están cargados de
significado. Es decir, que todo lo que decimos o hacemos implica un significado
para quienes nos tratan, nos ven o nos escuchan.
Afortunadamente, el ser humano cuenta con las palabras y, por ello, la forma más
específica que tiene de comunicarse es echando mano de ellas, pero el lenguaje
verbal no supone el cien por cien de la comunicación, sino más bien el cincuenta
por ciento para algunos autores.
Hay que
cuidar las palabras que usamos porque no vale todo: cuanta más precisión se dé
en la elección, mayor garantía hay de que se nos entienda, y así y todo se
producen frecuentemente muchos errores de comunicación y malentendidos. «Palabra
y piedra suelta no tienen vuelta», reza un viejo refrán, por lo que hay que
escoger bien las palabras, en especial en ciertas circunstancias. Saber
comunicarse implica saber utilizar el lenguaje con propiedad y con adecuación al
receptor y al momento en que éste se encuentre. A veces decimos cosas de las que
nos arrepentimos en cuanto nos damos cuenta del mal efecto que han causado, del
daño que se ha derivado; otras veces acertamos plenamente y alguien nos recuerda
la huella que alguna expresión dejó en su memoria. Por tanto, ya estemos ante un
auditorio, ante un cliente, un amigo o un familiar, lo que decimos tiene
importancia siempre.