SABER
COMUNICARSE: OBSERVACIÓN Y ESCUCHA ACTIVA
Dos son
las herramientas básicas que se deben usar para garantizar ese conocimiento al
que se ha aludido y su correspondiente ajuste comunicativo, y ambas herramientas
corresponden a dos de los sentidos de que disponemos: la vista y el oído.
Es
preciso fijarse y mirar atentamente al interlocutor, observar sus movimientos,
sus gestos y todos los detalles que puedan darnos pistas de su estado y estilo
para dar después en el blanco una vez que le mandamos cualquier mensaje. Una
observación visual atenta del otro nos permite también calibrar la oportunidad
de hacer o decir algo en un momento determinado. Cuanta más capacidad de
observación, mejores posibilidades de comunicarnos, porque conocemos el terreno
que pisamos. No es absolutamente preciso, aunque facilita el proceso, conocer al
interlocutor y su biografía para darnos cuenta de cómo hemos de tratarle en un
momento dado. Basta con observar cómo reacciona para darnos cuenta de la
procedencia o improcedencia de nuestro mensaje.
Respecto
a la escucha, mal llamada activa, porque toda escucha ya es activa (lo que es
pasivo es limitarse a oír), es una herramienta fundamental por cuanto nos
proporciona un mayor conocimiento de la actitud, el pensamiento, la postura, la
opinión, el estado y demás de nuestro receptor y eso facilita la comunicación
para no hacer o decir lo que no es oportuno y hacer o decir lo apropiado.
Cuando
estamos escuchando debemos mirar a nuestro interlocutor no sólo para observarlo,
sino también para darle a entender que le seguimos y nos interesa lo que dice,
para transmitirle que le estarnos escuchando realmente y que lo que nos dice nos
interesa. Es preciso también parafrasear, es decir, repetir alguna frase que
acaba de decir para que sepa que le seguimos en su intervención. Debemos asentir
con la misma finalidad, pues a quien habla le gusta sentir que se le escucha y
se le sigue. Las interrupciones deben ser sólo las necesarias para el buen
desarrollo de la comunicación y no precisamente para hablar de nosotros mismos y
exponer nuestros puntos de vista, que es lo que suele ocurrir en nuestras
conversaciones, en las que parece que estamos esperando intervenir para exponer
lo que nos interesa más que lo que le interesa al interlocutor.
Si el
interlocutor tiene la sensación de que le escuchamos atentamente, de que nos
interesa lo que dice y de que le damos importancia, es más probable no sólo que
le conozcamos mejor, sino también, como añadidura, que se muestre más
comunicativo.