PSICOLOGÍA DE LA SALUD:
RECOMENDACIONES PRÁCTICAS
Parece
mostrarse con claridad, por tanto, que nuestro estado de salud depende en gran
medida, como ya se dijo, de lo que hagamos o dejemos de hacer, de modo que es
presa del conjunto de hábitos conductuales que ya tengamos instaurado o que se
hallen por desarrollar (en gran medida, el conjunto de conductas que llevemos a
cabo en relación con ámbitos privados y/o públicos). Ellos nos predisponen, más
o menos, al padecimiento de enfermedad o sufrimiento, constituyéndose así en
factores de riesgo (comportamientos de riesgo) o factores protectores
(comportamientos saludables).
No debería
olvidarse que nuestra salud depende, en gran medida, de nuestra propia conducta.
Tomarse o no una pastilla o ingerir determinados alimentos y no otros, por
ejemplo, son comportamientos que, en definitiva, ejecutamos o no de modo
individual, la mayor parte de las veces.
En línea con esto último, los resultados de la mayor parte de estudios sobre las
denominadas conductas de salud—o favorecedoras de comportamientos saludables— se
muestran bastante significativos respecto a los efectos que determinados hábitos
y estilos de vida tienen sobre nuestra propia salud y, en definitiva, sobre
nuestra esperanza de vida (sobre todo, a partir de los datos de estudios como el
de Belloc y Breslow de 1972, en Estados Unidos). De las conclusiones de este y
otros estudios puede deducirse que las siguientes conductas, mantenidas
establemente, se convierten en claros predictores de salud:
• Tiempo
de sueño aproximado de ocho horas al día.
•
Mantenimiento de peso adecuado (no más allá del 10 por ciento del peso normal
según edad, sexo y talla).
• No
haber fumado nunca (no obstante, el dejar de fumar se muestra como un gran
predictor de incremento en la salud en general, disminuyendo el riesgo de
multitud de patologías).
•
Restricción en el consumo de alcohol.
•
Práctica de ejercicio físico regular.
Por
consiguiente, el fomento de la práctica y desarrollo del ejercicio físico
favorecerá no sólo un mejor estado de salud, sino una menor presencia de
enfermedad y una consecuentemente mayor esperanza de vida (en seguimientos de
más de nueve años se encontró menor mortalidad en quienes practicaban
regularmente tales conductas saludables, sobre todo en varones).
A
continuación se proponen algunas líneas de actuación en relación con el
incremento de la actividad física y la modificación hacia una dieta alimenticia
más saludable que favorezcan la puesta en marcha de cambios autodirigidos,
recordando que, en ningún caso, suele ser conveniente la actuación de un
profesional. Estas recomendaciones están planteadas para la autoaplicación y
toman como fundamento, en gran medida, los planteamientos de los modelos antes
señalados de Creencias de Salud (Rosenstock, 1966) y de los Estados de Cambio
(MEC) (Prochaska y DiClemente, 1982).