La castidad.
Los siguientes
apuntes están extraídos del relato corto de Alfonso Álvarez Villar, "no
comerás", publicado en el libro "Lo mejor de la Ciencia Ficción
Española", ediciones Martínez Roca, 1982
Sinopsis: Un
grupo de europeos aterriza en un mundo en que la moda, tecnología y
sociedad corresponderían con los finales del siglo XIX europeo.
Agasajados en numerosas fiestas y recepciones, se dan cuenta del
carácter libertino de los habitantes; por el contrario no aparece en
esas recepciones alimento alguno y su mención provoca escándalo en las
mujeres y risas en los hombres. A la noche, como único aportante de
nutrientes, junto a la cama siempre hay leche y miel.
"(...) Rodríguez, que
había tropezado con una muchacha menos timorata, se levantó con una terrible
gastritis, porque la virtud de la muchacha sólo había podido ser doblegada
hasta el punto de exponerse a traer a escondidas un litro más de miel. Pero
nada de pollo ni de chuletas de cordero u otros manjares deliciosos, porque
la hermosa le impuso una condición que el temerario Rodríguez no se atrevió
a aceptar: la de que se casase con ella.
Aquella noche
aprendió Rodríguez muchas cosas acerca de la psicología de los habitantes de
aquel planeta. En efecto, parecía ser que allí todo el mundo tomaba sólo
leche y miel. Únicamente dentro del matrimonio y bajo el más riguroso
recato, se permitían algunos extras (esto lo sabía la sirvienta por ciertos
amantes suyos, casados, que se habían atrevido a revelarlo en plena
embriaguez: croquetas de jamón, tortilla de patata, huevos fritos, sólo
entre los matrimonios de ideas más avanzadas algún filete que otro en días
festivos. (...)
Aprovecharon las
últimas luces de la tarde para visitar los monumentos de la ciudad. En el
centro de una espaciosa plaza se erguía un obelisco, encima del cual se
alzaba la estatua de un anciano, en el que cualquier estudiante de anatomía
podría haber contado una por una las costillas y las vértebras.
-Mira, eso parece los
ascetas que pinta tu compatriota Ribera. -Bromeó Liovoff, dando un codazo a
Rodríguez.
- O los campesinos de
la era de Stalin.- Contraatacó el español
- Éste es el santo
más grande que hemos tenido en nuestro país - explicó con énfasis de
cicerone el jefe de protocolo -. Estuvo 40 días sin comer, pero tuvo la mala
suerte de morirse cuando ya estaba acostumbrado a pasar sin alimentos.
(...) habían
abandonado los barrios aristocráticos para introducirse en los suburbios.
-Ahora entramos en
una zona en que el libertinaje hace estragos - anunció el jefe de protocolo.
Y, en efecto, ciertos
tufillos que empezaron a llegar a las fosas nasales de nuestros
protagonistas llenaron de alegría sus aparatos digestivos.
Modulaban sus
rapsodias divinas las sartenes, con el chirrido del aceite hirviendo, y
alegres llamaradas rojas se proyectaban en las paredes, procedentes de los
hornos y de los fogones. El estado de excitación era tal que pasaron por
alto los grupos de jóvenes medio ebrios que circulaban por las calles,
cantando extrañas canciones obscenas en donde los muslos y la pechuga de los
pollos intervenían casi siempre. Pero sí, en cambio, oyeron los pregones
provocativos de unos hombres cubiertos con un mandil blanco y con gorros de
cocinero que anunciaban en voz alta el menú del día, para atraer a los
incautos y derretir escrúpulos morales. Mientras, el jefe de protocolo se
tapaba los oídos y clavaba su vista en un punto imaginario de la carroza.
-¿No está incluido en
nuestro itinerario una visita a uno de esos burdeles?- insinuó Ballabeaud,
fiel degustador de la cocina francesa y de todas las cocinas en general.
-Ustedes son libres y
pueden hacer lo que deseen -contestó su acompañante-, pero yo tengo mujer e
hijos y, además, mi cargo oficial me prohíbe entrar en uno de esos lugares.
¡Qué magnífica arma para mis enemigos políticos si alguien me viera entrar
allí!
- ¿Pero es que usted
no ha entrado nunca en uno de estos sitios nefandos? -preguntó con sorna
Rodríguez
-¡Jamás! Yo he
llegado puro al matrimonio. Confieso, sin embargo -y al confesarlo bajó la
vista avergonzado-, que en cierta ocasión hojeé un libro de cocina..
(...)
Un mujer, que
mostraba claramente las huellas del vicio, es decir, unos carrillos
mofletudos y unos cuantos kilos de más en el cuerpo y que debía ser la dueña
del antro, les condujo a una sala en donde los cinco viajeros tomaron cómodo
asiento.
La celestina dio unas
palmadas y acto seguido aparecieron unas camareras bastante metidas en
carnes que transportaban bandejas de porcelana con los ejemplares más
irresistibles de la carta. Las muchachas rieron desvergonzadamente cuando
Ballabeaud preguntó si se podían pedir dos o más platos.
-¡Son ustedes unos
picarones! -comentó la dueña.
Y este concepto de
libertinos quedó multiplicado por cien cuando nuestros amigos solicitaron
comer juntos.
(...)
Mientras se dirigían
presurosos al reservado vieron cómo la dueña intentaba cerrar el paso a un
hombre maduro que se dedicaba a respirar con fruición los aromas celestiales
que desprendía la comida.
-Es un olfateador, es
decir, un enfermo psiquiátrico que ya hemos tenido que denunciar a la
policía más de una vez...
(...) El olfateador
parecía un hombre culto, aunque presa de una extraña neurosis. A una de las
preguntas de rodríguez, respondió:
-Naturalmente,
caballeros, ninguna mujer se atreve a entrar en estos lugares. De ser
soltera, quedaría estigmatizada para el matrimonio, y en cuanto a las
casadas, le ley permite a los maridos solicitar el divorcio en estos casos,
aunque es bastante frecuente que sean estos los que se tomen la justicia por
su mano. Sin ir más lejos, ayer apareció en la prensa la noticia de que el
duque de N había apuñalado a su mujer porque la había sorprendido comiendo
una pechuga de faisán con su amante.
-¿Es que las mujeres
tienen aquí el estómago más pequeño que los hombres? -volvió a inquirir
Rodríguez, que estaba disfrutando de uno de los ratos más deliciosos de su
carrera de psicólogo.
Por supuesto que no.
Oficialmente, el delito es el mismo para los hombres que para las mujeres,
pero en la práctica gozamos de mucha mayor libertad los varones. Fíjese
usted si no en estas perdidas, que han terminado siendo cocineras, pinchas o
mozas de restaurante. Son la hez de la sociedad. El ministerio del interior
les obliga a llevar un carnet infamante para que todas ellas estén fichadas.
Además, los inspectores de policía cursan por aquí visitas periódicas para
vigilar la calidad y cantidad de las comidas. Sobre todo está prohibida la
mostaza, que ha aumentado el índice de enfermedades secretas: ¡el mes pasado
hubo más de 300 casos de dispepsia!
-¿Y quién inventó esa
extraña costumbre de prohibir el comer como Dios manda? - espetó con
grosería Liovoff.
- En realidad su
origen se pierde en la noche de los tiempos. Hace muchos miles de años,
nuestros antepasados creían que el abrir la boca para alimentarse era como
dejar una puerta abierta a los espíritus malignos. Por eso, tras cada bocado
debían realizar varios ritos de purificación: ¡el almuerzo duraba varias
horas! La defecación estaba rodeada de numerosos actos profilácticos. Casi,
casi, como ahora: se habrán dado ustedes cuenta del secreto que rodea a
cierto tipo de habitación es. Se creía que podría acarrear también plagas
terribles, para el individuo y para la tribu. Por eso, cada vez que una
persona cumplía esa función, debía cavar un hoyo de tres metros de
profundidad y sacrificar una cabra o un cerdo al dios de las Buenas
Digestiones.
Naturalmente, esta no
es la explicación oficial que se suele dar a este fenómeno que tanto les
intriga a ustedes, los terrestres. Yo, al fin y al cabo, soy un maníaco y
tengo derecho a opinar a mi guisa, pero hay un grupo de librepensadores que
razonan como yo. Hay un tal Fred que acaba de publicar un libro en el que
afirma que la psique es sólo energía nutritiva que tiende a crear trastornos
en la esfera de la conciencia. A esta energía nutritiva le llama "Ello". Yo
me voy a poner en manos de ese psiquiatra, porque siempre que como algo mi
superYo me hace vomitar.
Salieron a la calle,
donde les esperaba la carroza.Algunas sombras huían furtivamente del
restaurante. Procuraban que nadie descubriera su identidad.
(...) En todos los
países existían, más o menos atenuados, los mism os tabúes alimenticios que
habían observado en M. Sólo en algunas islas desperdigadas por el Océano y
en las que no había llegado la mano benéfica de la Civilización, pudieron
comer sin remilgo alguno en compañía de los salvajes, algún cochinillo asado
o unas buenas costillas de cordero.
(...) la fama de
libertinos que adquirieron llegó a ser tan grande que al cabo de una semana
los cinco terrestres pasaron a ser los protagonistas de un gran número de
escenas de banderilla y de chistes picantes. También quisieron aprovecharse
de las facilidades que les brindaba Venus, pero notaban una gran frialdad
por parte de las señoaras y señoritas más distinguidas, Las gangas de los
primeros días habían desaparecido para siempre.
(...) Otro día,
Rodríguez estuvo a punto de ser linchado en plena vía pública por limpiarse
con el pañuelo unas manchas de salsa que le habían quedado en el bigote.
(...) a la mañana
siguiente recibieron los terrestres una cortés misiva firmada por el
Presidente del Consejo de Ministros en la que se les invitaba a abreviar el
plazo de su estancia en el reino. (...)tras el sueño de rigor, volvieron a
laTierra. Nadie supo comprender en ésta cómo, a su descenso de la nave, los
cinco astronautas rechazaron de plano toda clase de honores y vítores que se
les ofrecían y pidieron en su lugar un buen solomillo con patatas para cada
uno...
Inocente e irónico,
este relato es la mejor expresión que jamás he leído de la estupidez humana
en el tabú sexual. Si se medita a fondo, los paralelismos son mucho mayores
que a primera vista. De hecho, no es la primera vez que se identifica el
éxtasis gastronómico con el sexual. Y en los siete pecados capitales figura
la Gula paralelamente a la Lujuria.
¿Pero qué entendemos
por Gula? ¿Sentir placer en la comida? ¿Aumentar el placer mediante la
adecuada condimentación, paladear los olores suculentos sin ceder al ansia,
saboreando cada bocado exquisito sin prisa por matar el hambre? ¿O bien el
ansia desenfrenada de comer, El deseo excesivo de alimento? La mayoría
entenderemos que es el inundarse, el atiborrarse.
Del mismo modo ocurre
con la sexualidad. La lujuria estriba en el ansia irrefrenable. En buscar la
saciedad de cualquier modo. Y, sin embargo, se puede paladear la necesidad
sexual, lograr que cada instante sea especialmente placentero, física y
espiritualmente, sin que nos domine la necesidad. Y la sexualidad es
doblemente poderosa en su capacidad de satisfacción, puesto que además del
propio placer, resulta embriagador proporcionarlo a la pareja.
El pecado, el vicio,
la malignidad, el dolo al ser humano estriba en aquellas cosas que atentan
contra su voluntad. Dejarse llevar por el sexo fácil, inimaginativo,
estrictamente satisfactorio en el plano hormonal, es minar la propia
voluntad. Ceder a ese ansia es mostrarse menos dueño de la consciencia;
menos consciente; menos humano. Tanto en el plano sexual como en el de
cualquiera de los sentidos. El sensualismo que se vuelve dueño de nuestros
actos, es lo que debemos evitar. Pero el sensualismo, encauzado, dirigido,
dominado, es una gigantesca fuente de energía para la mente humana.
¿Por qué cuando
hablamos de sensualismo pensamos en sexo y gastronomía? El sensualismo es la
búsqueda de la máxima sensibilidad de cada uno de los sentidos para llenar
de matices insospechados cada experiencia humana y por extensión cada
pensamiento y por extensión la mente.
El sensualismo
incluye el oído. La capacidad evocadora y sublimadora (es decir, expandidora
de la mente), de la música es reconocido. Y es un placer. Sin embargo, nadie
se mete con ella. Pero hay más. Infinitos sonidos se producen a nuestro
alrededor que decidimos ignorar; pese a su belleza; pese a lo que aporta al
recuerdo: el sonido del roce de la ropa, los pasos, la respiración, el
murmullo lejano de voces humanas... por no hablar de sonidos naturales como
el viento, el agua, los pájaros...
El sensualismo
incluye la vista. Nuestro principal sentido. Mirar no incluye ver. Los
matices de colores son infinitos. Los juegos de sombras, los colores vivos
del fuego, una puesta de sol, el momento antes del amanecer en que los
colores desaparecen...
El sensualismo
incluye el olfato. Incluso el olor más ruin ha de ser apreciable, paladeado.
El olor está siempre presente, más allá de cuando olfateamos. La capacidad
de evocación memorística de los olores ha sido demostrada como la superior
de todos los sentidos.
El sensualismo
incluye el gusto, del que ya he hablado.
Y el sensualismo
incluye el tacto. El placer al rozar ciertas texturas, superficies. Sentir
la ropa que toca con la piel, El viento que provoca un escalofrío... Todo
debe ser maximizado y recordado .¿Quién puede negar la maravilla, el éxtasis
de un masaje? ¿Del mismo modo cómo se puede negar la capacidad de
transportarnos del sexo sensualista?
Lo importante en el
ser humano es ampliar su consciencia. El medio para ello es el ejercicio de
la voluntad y el desprendimiento de los condicionantes que le pongan
barrera, que en cada cual es distinto pues cada uno es un universo. La
castidad supone ejercitar la voluntad, pero erróneamente pues la emplea para
mutilar elementos importantísimos de la consciencia. Cada uno debe ejercitar
su voluntad en conducir sus energías sensuales a ampliar esa consciencia y
no en socavarla.
Y en ningún
momento he mencionado el amor, pues el amor en el sensualismo no está
implícito al sexo. Simplemente en amor, en pareja, todos y cada uno de los
ejercicios sensuales son infinitamente más intensos.
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