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Silencio y sinceridad.
Lo que ocurre es que nuestra vida debiera ser suficientemente entera y
equilibrada como para comportar la actividad y el descanso, el movimiento y
el silencio. El silencio es una fase natural del vivir. Todos nos quejamos
de que no tenemos tiempo. Es cierto que las circunstancias tienden a ser
cada vez más complejas, más aceleradas, más absorbentes. Pero también lo es,
y no nos damos cuenta de ello, que le tenemos un miedo tremendo al
silencio, a la soledad, al vacío, y, porque le tenemos ese miedo, huimos de
él. Así, cuando hemos acabado las obligaciones, nos fabricamos otras, otras
que nos distraigan, que nos diviertan, que nos descansen, porque en el fondo
tenemos miedo del vacío, de la soledad, del silencio.
Por lo tanto, más que una
determinada estrategia de trabajo interior, lo que nos hace falta es ver
claro lo que buscamos y saber ser un poco más naturales, un poco más
sinceros. Y si deseamos una cosa, no disimulárnoslo a nosotros mismos
autoconvenciéndonos de que buscamos otra. Y ver que tan legítimo es cuando
buscamos nuestra afirmación personal y satisfacer nuestros pequeños
egoísmos, o tapar nuestros miedos, como lo es cuando sentimos la necesidad
de una expansión de la conciencia, o de algo que está más allá de toda
afirmación y de toda expansión.
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