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LA FALTA DE AUTOESTIMA
Nos encontramos aquí ante la famosa imagen del pez que se muerde la cola.
Que tiene una baja autoestima quiere decir que alguien se valora poco a sí
mismo. Ahora bien, como la gran mayoría de las conductas de nuestro
repertorio, y valorarse es una conducta más, se tratará de algo que hemos
aprendido durante un periodo más o menos largo de nuestra vida, aunque no
necesariamente en la infancia.
Ciertamente, las valoraciones que las personas que nos rodean hagan de
nosotros, nos ayudarán a formarnos una idea de quiénes somos y del papel que
desempeñamos en el entorno en el que nos encontramos. Pero a lo largo de
toda la vida se pueden dar situaciones (pérdida del empleo, mobbing, las
relaciones de pareja tóxicas, en las que en lugar de vivirse plenitud de
amor, se vive amargura y reproche) en las que los niveles de autoestima
fluctúen. Le damos otra vuelta de tuerca a la imagen del pez: si la persona
tiene un nivel saludable de autoestima, estas situaciones no deberían
afectarla; en caso contrario, cabe preguntarse si no habrán puesto en
entredicho la valoración que uno tenía de sí mismo.
En cualquier caso, una persona puede empezar a considerar que tiene una
autoestima muy baja cuando se siente pequeña frente a los demás, incapaz de
dar su opinión por pensar que, o bien no tiene valor, o no va a interesar a
su interlocutor; puede creer que, por su aspecto físico, no solamente no
consigue hacer amistades, sino que, sin cruzar apenas palabra, le rechazan
los otros; o cuando, ante las impertinencias y desmanes de alguna persona
incontrolada, se siente culpable, responsable y merecedora de toda
humillación. Por lógica abrumadora si uno no es bueno, es malo, y lo malo se
desprecia, se tira a la basura o se pisotea.
Es cierto que uno admite en su persona este tipo de conductas cuando tiene
la autoestima algo baja, pero eso no quiere decir que se encuentre cómodo
con lo que está ocurriendo. Simplemente, no sabe qué hacer para que cambie.
Pero la reacción ante el dolor que uno está sintiendo provoca otra serie de
conductas que no ayudan a mejorar en absoluto la situación. No es extraño
que la persona, ante una situación de ese tipo:
• Intente evitarla a toda cosa, y rehúya otras, para no enfrentarse a lo que
cree que le va a suponer un mal trago.
• Se muestre agresiva. No hay mejor defensa que un buen ataque; de esta
forma cree evitar que le hagan daño.
• Revierta la agresividad contra sí misma, considerándose un ser
despreciable. En estos casos, la forma de evitar sentir el dolor suele
llevar a adicciones de diverso tipo, como las drogas, el alcohol, la comida,
o el sexo, entre otras.
Se trata, además, de personas a las que les resulta difícil establecer
relaciones de intimidad, pues sienten miedo, y a veces incluso pánico, a que
su pareja llegue a conocer a la detestable persona que subyace tras una
apariencia más o menos aceptable socialmente. Cuando sienten que alguna
parte de sí mismos puede llegar a ponerse en evidencia, probablemente
activen alguna de las respuestas anteriores. Y nuestro pez vuelve a dar otra
vuelta. La ineficaz resolución del problema hace que se sienta cada vez peor
consigo mismo.
A la pobre actuación y resultados hay que añadir ahora el juicio peyorativo,
crítico y extremadamente duro con el que transcurren los diálogos internos.
Si se considera que la estima está baja, se empezará a prestar atención a lo
que se dice uno mismo cuando comete un error, o cuando algo no ha salido
como esperaba. Probablemente encontrará, entre otros:
• Un tono de autoexigencia tan alto, que no se atrevería a pedírselo a nadie
que no sea uno mismo.
• Gran cantidad de adjetivos negativos dirigidos hacia sí, que pueden llegar
a insultos de cierta gravedad.
• Castigos irracionales e ineficaces del estilo «pues no vuelvo a abrir la
boca», o «no pienso volver nunca más a este sitio».
• Ira y agresividad que provocan un alto nivel de malestar, y pueden llevar
hasta la autolesión.
• Planteamientos de metas irracionales que impliquen algún tipo de auto
castigo, del estilo «tengo que quedarme esquelética para encontrar pareja»,
o «no saldré ni un solo día para quedarme estudiando, hasta sacar
sobresaliente en todo...».
• Culpa por las conductas irracionales de otras personas.
• Dudas constantes respecto a la propia actuación, a la que probablemente se
dará la peor valoración posible.
• Juicios de valor, es decir, críticas, de gran parte de sí y de lo que le
rodea.
• Un miedo atroz ante la posibilidad de que los demás puedan enfadarse con
uno.
Muchas personas se identificarán con lo anterior, aunque consideren, y
probablemente tengan razón, que sus niveles de autoestima son aceptables.
Esto se debe a que la baja autoestima puede ser situacional o
caracterológica. Es decir, alguien puede sentirse ineficaz en áreas muy
específicas, y pasar por algunos de los procesos descritos anteriormente, y,
en otros ámbitos perfectamente capaces e incluso orgullosos de su buen
hacer. En estos casos, el aprendizaje de algunas estrategias cognitivas,
que tienen que ver con el control del diálogo interno y la aceptación de sí
mismo y de los errores, mejorará la percepción general de bienestar.
Cuando se trata de una baja autoestima caracterológica, se refiere a la
propia identidad, a la percepción que el sujeto tiene de sí como un todo, y
en este caso es preciso intervenir en múltiples aspectos de la personalidad,
las habilidades sociales y de comunicación, el trabajo con metas,
objetivos..., y realizar una profunda reestructuración cognitiva.
La autoestima no es algo que se adquiere y se mantiene inamovible a lo largo
del tiempo. Como ya apuntamos antes, fluctúa, y es esto lo que permite que
podamos valorar de manera adecuada nuestra actuación en cada momento. Es
decir, el aprendizaje de una sana autoestima no consiste en pensar que uno
es el mejor, el más guapo y el más eficaz, y todo esto, a ser posible,
siempre. Aprender a quererse, a valorarse a estimarse, tiene mucho que ver
con esos momentos en los que las cosas salen al revés de como habíamos
pensado, o nos hemos puesto en evidencia con una actuación ridícula o
ineficaz, como suelen ser las grandes meteduras de pata. En esos momentos,
una valoración objetiva, propia y ajena, sería casi con seguridad bastante
baja. Es decir, las personas que tengan unos niveles aceptables de
autoestima, en ocasiones podrán hacer una valoración baja, y el quid de la
cuestión reside en que lo hacen de su conducta, no de sí mismas. Es decir,
el concepto general cíe uno mismo no se ve afectado por algo que haya hecho
mal.
Seremos más eficaces, y también más felices, si nos acostumbramos a valorar
nuestras conductas en lugar de nuestra identidad. Las conductas se pueden
variar hasta conseguir las que más agracien, Estar a gusto con uno mismo no
es una opción, sino un requisito imprescindible para llevar una vida
agradable con la única persona con la que vamos a convivir desde que nacemos
hasta que morimos.
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