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El dominio de la naturaleza emocional. El trabajo sobre el inconsciente,
la sanación del pasado I.
HACIA LA SEGUNDA INICIACIÓN...
Características de la segunda etapa
Una vez puesto en marcha el proceso de transformación, por buenos que hayan
sido los resultados obtenidos en la primera etapa, el ego despertará, y, en
particular, resurgirán las cargas emocionales del pasado que han sido
reprimidas. Los viejos mecanismos, tomados por sorpresa, querrán ganar
terreno de nuevo. Por eso es por lo que, después de la maravillosa apertura
que ha producido comprenderse uno mejor a sí mismo y tener un contacto con
el alma más profundo que el habitual, de pronto se encuentra frente a
violentos torbellinos emocionales, miedos agudos, profundas dudas, y todo
tipo de tirones emocionales que le hacen dudar de la validez de su trabajo.
Es muy importante saber que esa dinámica forma parte del proceso normal, y
comprender por qué ocurre así. De lo contrario, puede uno inquietarse y tal
vez abandonarlo todo pensando que lo que ha hecho hasta ese día no ha
servido para nada, o que no ha hecho más que empeorar las cosas.
Hacia la segunda iniciación.
Según la tradición esotérica, una vez pasada la primera iniciación, es
decir, una vez bien integrada la primera etapa, la tarea del discípulo
consiste en purificar y controlar la naturaleza emocional. El estado
interior al que eso va a llevarlo se conoce como «la segunda iniciación»,
llamada también simbólicamente «el bautismo». Para el ser humano medio, es
la etapa más difícil.
Para muchas personas, el proceso iniciático entre la primera y la segunda
iniciación es el momento más duro. Es una etapa en la que el discípulo está
sometido a la angustia, a las dificultades, a la toma de consciencia, a los
problemas y esfuerzos que supone clarificar su camino. La. tormenta que
levanta su naturaleza emocional, las oscuras brumas entre las que camina,
las nubes en las que se encuentra, es decir, todo lo que él ha creado
durante el ciclo de sus vidas encarnadas, debe ser disipado para que pueda
decir que, para él, ya no existe el plano astral, y que lo único que queda
de ese aspecto antiguo y potente de su ser es la inspiración, una
receptividad sensible a todas las formas de vida divina y una forma (el
cuerpo físico) a través de la cual puede manifestarse sin obstáculos el
aspecto más sencillo del amor divino, la buena voluntad.
Es de gran importancia saber lo que nos espera en esta parte del camino,
porque es cuando vamos a ser probados hasta lo más profundo de nosotros
mismos. Es cuando surgirán las mayores dudas y los grandes miedos, y en cada
momento tendremos que tomar una y otra vez la decisión de avanzar hacia la
luz. El hecho de comprender el sentido de esas pruebas y el lugar que ocupan
en el proceso de transformación ayuda mucho a perseverar en el camino a
pesar de las dificultades. Además, la presencia del alma, con la que uno
tiene que haber establecido un primer contacto en la primera etapa, le da
fuerza para atravesar todas las pruebas interiores que se irán presentando
sin duda a lo largo de esta segunda etapa, la de la adquisición del dominio
emocional.
Son muchas las personas que actualmente han alcanzado ya la primera
iniciación y se encuentran en esta parte difícil del camino. Al llegar aquí,
estamos muy lejos de la fácil realización personal que proponen numerosas
filosofías de desarrollo interior. No porque sean inútiles, sino porque
responden sólo a las necesidades de la primera etapa. Lo que hay que saber,
en definitiva, es que nuestra evolución no se detiene ahí, y que, tarde o
temprano, la fuerza de la vida nos empujará para que pongamos cada vez más
de manifiesto la inmensa riqueza de nuestra alma. Para comprender mejor lo
que pasa en esta parte del camino, vamos a indicar algunos aspectos del
proceso de transformación que se ponen particularmente de manifiesto en el
curso de esta etapa.
La naturaleza cíclica del proceso: expansión y contracción
Las dificultades que aparecen en el camino se presentan de una forma muy
especial, en el sentido de que no hay un desarrollo lineal, sino una
alternancia de momentos en los que todo va bien y otros en los que todo
parece ir mal.
En efecto, el proceso de transformación, acorde con las leyes de la
naturaleza, se hace según el principio del flujo y reflujo, de expansión y
contracción. Un período de expansión, en el que todo parece ir de la mejor
manera posible, será seguido invariablemente por uno de contracción, en el
que todo parecerá haber perdido sentido. Es importante no resistir a esos
períodos, pues forman parte del propio proceso y son indispensables para que
la personalidad integre la energía del alma.
Una de las razones de ese aspecto cíclico es que, en cuanto la persona ha
tomado la decisión de comenzar su proceso de transformación, el alma
comienza a enviar energía a la personalidad, pero lo hace por oleadas,
cíclicamente. Cuando uno recibe la luz del alma, en un primer momento siente
una gran apertura y vive una hermosa experiencia de la vida: es la
expansión. Pero después de cierto tiempo, el ego se reactiva y resiste: es
la contracción. Durante ese período, el ego pone de nuevo en juego todos sus
mecanismos al máximo, de ahí el sufrimiento, las incertidumbres, las dudas,
los miedos, la confusión. Pero, al mismo tiempo, es también el momento en
que la personalidad integra la dosis de energía que acaba de recibir del
alma. Así que es un momento importante, y en absoluto inútil, aunque sea
penoso. Cuando la personalidad haya integrado plenamente esa energía, el
alma podrá enviarle otra oleada; será el momento de una nueva expansión,
pero más amplia que la precedente. Y de nuevo el ego volverá al ataque. Eso
explica que surjan los «demonios interiores» cuando uno está buscando la paz
del alma; y explica por qué, tras un período de luz y de certezas, se
encuentra uno de nuevo en la sombra y en la duda. El alma le deja tiempo al
ego para que reaccione en cada ciclo según sus mecanismos; y para que se
ponga en condiciones de aceptar un poco más de su luz. Cuando éstas se dan,
le envía una nueva oleada de energía.
Así pues, los períodos difíciles de contracción son esenciales, es cuando se
acepta y se asimila lo que se ha recibido durante la expansión. Hay muchas
personas que se detienen al llegar a este momento del camino, se desaniman
pensando que han fracasado, creen que sus esfuerzos han sido inútiles y que
la transformación es inaccesible o utópica. Por eso tiene uno que estar
enterado de lo que ocurre, para saber reconocer esos períodos y poder
vivirlos con paz y tranquilidad, sin tratar de forzar las cosas, sabiendo
que llegará una expansión mayor en el momento adecuado. Eso requiere que uno
tenga cada vez más dominio de sí mismo, y exige un esfuerzo constante. Nada
más lejos de las promesas fáciles de ciertas teorías simplistas que hacen
creer que cuanto más trabaja uno sobre sí mismo, más agradable y fácil le
resulta la vida. En el camino de la transformación no se encontrará
ciertamente la comodidad; lo que sí se encontrará, en cambio, son flores
cada vez más hermosas...
La meditación del alma es de naturaleza rítmica y cíclica, como lo es todo
en el cosmos. El alma respira y su forma vive por ello. Hay un flujo y
reflujo en toda la naturaleza, y en la marea del océano vemos la maravillosa
representación de una ley eterna. A medida que el aspirante se ajusta a las
mareas de la vida del alma, empieza a darse cuenta de que existe un
constante flujo, vitalización y estímulo, seguido por el reflujo inevitable
y seguro de las inmutables leyes de la naturaleza. Esos impulsos cíclicos
son también más frecuentes, rápidos y fuertes en la vida del discípulo que
en la vida del hombre común, y alternan con penosa rapidez, algo muy
importante para nosotros. La conocida experiencia del místico en la montaña
y en el valle, es sólo una forma de expresar ese flujo y reflujo. A veces el
discípulo camina a la luz del sol y otras en la oscuridad; unas veces conoce
la alegría de la plena comunión, y otras, todo es oscuro y estéril; algunas
veces su servicio es una experiencia satisfactoria y fructífera, y cree que
realmente puede ayudar, pero en otros casos siente que no tiene nada que dar
y que su servicio es infecundo y sin resultado. Hay días en que todo lo ve
claro y tiene la sensación de estar en la cima de la montaña, contemplando
un paisaje bañado por el sol, donde todo se presenta nítido ante su vista.
Sabe y siente que es un hijo de Dios; sin embargo, después descienden las
nubes, pierde toda su seguridad y le parece no saber nada, y piensa cuánto
tiempo durará esta experiencia desigual y este violento alternar de
opuestos.
No obstante, una vez captado el hecho, observa el efecto de los impulsos
cíclicos y de la meditación del alma sobre su naturaleza-forma (su
personalidad), se le aclara el significado, comprende que el aspecto-forma
falla en responder, y su reacción a la energía es irregular. Entonces
aprende que cuando pueda vivir en la consciencia del alma y alcanzar a
voluntad esa «altitud elevada», si puede expresarse así, ya no le afectarán
las fluctuaciones de la vida, de la forma. De este modo percibe el sendero,
estrecho como el filo de la navaja, que lo lleva desde el plano de la vida
física al reino del alma, y descubre que, si puede seguirlo con firmeza, lo
conducirá fuera del mundo cambiante de los sentidos, hacia la clara luz del
día y al mundo de la realidad.
San Juan de la Cruz habla de «la noche oscura del alma»... No se trata ahora
de dramatizar las cosas; pero tiene uno quedarse cuenta de que, si realmente
quiere recibir la energía del alma y transmitirla al mundo, necesita una
gran fuerza de voluntad. Eso es todo. Y también ha de saber que, si se
mantiene firme, será recompensado con creces, porque encontrará su poder y
su libertad.
La impresión de no avanzar en el camino en determinados momentos se debe
también al hecho de que el proceso de transformación no sólo es cíclico,
sino también en espiral. Trabaja uno ciertos aspectos de su personalidad
tanto como lo permite su consciencia del momento; después pasa a otra cosa.
Pero, como avanza en espiral, al cabo de algún tiempo parece encontrarse en
la misma zona; lo que ocurre es que está en el siguiente rellano de la
escalera, un poco más alto. No siempre somos conscientes de esta realidad, y
nos parece que surgen de nuevo algunas dificultades que creíamos ya
resueltas. Por eso es importante darse cuenta de que no está uno exactamente
en el mismo sitio, así podrá trabajar lo que surge de nuevo con mucha mayor
profundidad.
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