Bruscamente los padres se deben enfrentar a una serie de
tareas que se les presentan. Por ejemplo, pasar de una relación padre-hijo a
una relación adulto-adulto, aunque, obviamente, esta relación permanezca
siempre como un lazo de filiación. Es preciso, por tanto, efectuar un
reajuste relacional considerable. Y en el meollo de la cuestión resulta que
la crisis parental se desarrolla en espejo a la del adolescente. Veamos en
qué aspectos amenazantes se traduce la crisis parental.
Por una parte acechan las reprimidas fantasías del
incesto, cuando los padres toman conciencia -a veces muy brutalmente- de la
madurez sexual de su hijo/hija. Durante la infancia, mientras la inmadurez
fisiológica se mantiene en el niño, los deseos incestuosos pueden fácilmente
desplazarse, y todo queda en un juego de caricias y coqueteos, no
angustiantes. Con la llegada de la adolescencia todo es distinto. La madre,
por ejemplo, que tiene una gran proximidad corporal con su hijo sexualmente
inmaduro, suele sentir angustia cuando él alcanza la pubertad y la
maduración sexual. El padre, por su parte, ya no sienta con la espontaneidad
de antes a la hija sobre sus rodillas (y más de uno ha sufrido un desplante
de la hija adolescente que ha reaccionado pudorosamente a una caricia que ha
considerado fuera de lugar).
Por otro lado surge el deseo de dominio, cuando "el poder
parental" es cuestionado o abiertamente negado. Es entonces cuando se
reaviva esta atribución parental por la ruptura del equilibrio establecido.
Así, si la prohibición de salida del adolescente más allá de determinada
hora está justificada por un temor consciente, a menudo está sostenida por
un deseo de dominio inconsciente, que puede ser la fuente de reacciones
aberrantes, como el encerrar a un joven en la habitación para impedirle
salir de casa.
Con el pasar del tiempo, los padres se ven obligados a
renunciar, al menos en parte, al ideal proyectado sobre su hijo, y del que
éste busca separarse. Los proyectos familiares de antaño -que muchas veces
han elaborado en común padres e hijos- son ahora cuestionados por el hijo
adolescente, y los padres deben -¡mal que les pese!- adecuarlos a las nuevas
exigencias. La pérdida de estos ideales que habían proyectado en la prole
obliga a los padres a elaborar un trabajo de duelo. Un proceso de luto por
lo que se ha ido y ya no volverá...
Por último, debemos considerar la rememoración por los
padres de su propia adolescencia. Por ejemplo, es habitual decir que el
adulto olvida fácilmente su adolescencia, lo cual se confirma en el
psicoanálisis de adultos, que muestran el olvido de las escenas más cargadas
de afecto o de conflicto. Es así como algunos padres tendrán dificultades
para afrontar la vivencia de ciertas fuerzas pulsionales sexuales o
agresivas que, de una forma u otra, han rechazado, controlado o sublimado a
lo largo de sus vidas. En ciertos casos, una semejanza física o
temperamental del adolescente con uno de sus abuelos, tíos o tías, puede
favorecer la reaparición de un rechazo parental. En otras palabras,
reaparecen de forma irracional los sentimientos que el padre había podido
sentir hacia sus propios padres, hermanos o hermanas.