NO
SENTIRSE QUERIDA / QUERIDO. ¡NO ME SIENTO QUERIDA/O!
De nuevo
nos encontramos ante una queja que suelen pronunciar más las mujeres; aunque
cada vez hay más gente joven que confiesa sentirse poco querida.
Si lo
pensamos despacio, es una de las frases que puede crear más sensación de
impotencia en la pareja. La persona que no se siente querida, en gran medida ha
sufrido una decepción, normalmente muy dolorosa, al ver como sus expectativas no
se han cumplido, y la persona que recibe esa amarga frase suele vivirla como una
crítica, como un reproche hacia las conductas o manifestaciones que no ha sabido
mostrar, o hacia una sensibilidad que se le presuponía, pero que ha «brillado
por su ausencia».
Cuando un
miembro de la pareja se siente tirado de las orejas y el otro está inmerso en
una fuerte decepción, nos encontramos ante la típica situación de crisis que, si
persiste en el tiempo, requiere una intervención inmediata.
«¡No me
quieres!», «¡No me siento querida/o!», «¡Tú solo te quieres a ti mismo/a!», «¡No
sabes querer!», son frases que fácilmente van acompañadas de otras como: «¡Lo
nuestro no funciona!», «¡Esta relación no es lo que yo esperaba!», «¡Me
equivoqué al pensar que eras especial!», «¡No soy feliz!» o «¡No me haces
feliz!», ¡Me has desilusionado por completo!»... Si cerramos los ojos y nos
imaginamos que estamos pronunciando o recibiendo una de esas frases, rápidamente
sentiremos una emoción inquietante y nada agradable.
A veces
cuesta ser objetivo con este tipo de manifestaciones. Especialmente resulta
difícil darnos cuenta de toda la profundidad que arrastran. Habrá personas que
las digan porque se sienten heridas, desengañadas, desilusionadas ante lo que
esperaban y lo que reciben. En algunos casos serán pronunciadas desde el
resentimiento y, a veces, encerrarán un sentimiento de injusticia muy profundo.
En otras ocasiones se vivirán desde el dolor más intenso, y ese dolor estará
provocado por esas palabras que una y otra vez se repiten en nuestro interior,
pero que no llegamos a pronunciar; entre otras razones porque seguramente ya
hemos perdido la esperanza.
Cuando
pensemos: no me siento querida/o, o cuando nuestra pareja o una persona cercana
nos lo manifiesta, ¡cuidado!, porque no es fácil acertar con toda la carga
emocional que ese mensaje tiene.
El caso
de Dori y David nos puede ayudar a descifrar las principales claves que suelen
estar presentes en estos sentimientos.
El
caso de Dori y David
Dori y
David parecían el típico ejemplo de pareja feliz. Llevaban juntos veinticuatro
años y tenían dos hijos de dieciocho y dieciséis, que no presentaban problemas
especiales.
Gozaban
de una buena situación económica, y aparentemente tenían muchos amigos y una
vida social bastante Intensa.
Desde el
punto de vista físico, aunque Dori había dado un «bajón» después de una
intervención quirúrgica, eran dos personas atractivas, que se conservaban bien.
A pesar
de todo, David llevaba varios meses preocupado ante las continuas quejas de
Dori, pues ésta se encontraba en medio de una crisis muy profunda y no paraba de
manifestarle su insatisfacción y su convencimiento de que él tenía la culpa,
pues desde hacía tiempo no se sentía querida.
David en
realidad venía para que le orientásemos sobre cómo debía tratar a Dori, y para
pedirnos que intentásemos ayudar a su mujer.
David, a
petición nuestra, le había comentado a Dori que nos gustaría verla, pero ella le
había dicho que no se encontraba con ánimos para venir y contar lo que le
pasaba, que en realidad ya se lo había dicho a él mil veces, que le resultaba
muy doloroso volverlo a exponer, que nos lo transmitiese David, si es que se
había enterado de algo; que ya vendría luego, cuando empezara a ver los primeros
efectos.
En estas
circunstancias, siempre que nos resulta posible, intentamos no forzar al miembro
de la pareja que no quiere acudir a la consulta. Además, cuando alguien está en
esa crisis emocional, normalmente la pareja que vive a su lado se encuentra
perdida y necesita también ayuda y orientación de forma inmediata.
Afortunadamente, David era una persona con buen ánimo, sensible, enamorado de su
mujer, con muchas ganas de poder ayudar, de mejorar y superarse día a día. Para
David su familia era lo más importante, y le producía mucha infelicidad ver a
Dori en esas circunstancias, y contemplar cómo él, lejos de ayudarle a mejorar
su estado de ánimo, parecía actuar de una forma especialmente torpe, que
crispaba aún más a su pareja.
A su
manera lo había intentado, pero se encontraba en un callejón sin salida.
Los
primeros años de la pareja habían sido muy duros; a los dos años de casarse
habían decidido montar una empresa y ambos habían trabajado de forma incansable;
sólo cuando la situación económica fue más estable se permitieron tener hijos.
Dori
siguió en la empresa hasta hace seis años, en que tuvo diversos problemas de
salud, que terminaron con una intervención quirúrgica importante.
A raíz de
la operación, se sintió muy mermada física y anímicamente y ambos, de común
acuerdo, decidieron que era el momento de concederse un merecido descanso. Por
otra parte, la empresa había alcanzado una economía muy saneada y podían cubrir
el puesto de Dori sin problemas.
Al
principio Dori se volcó en los niños y en su recuperación física y emocional, y
parecía que poco a poco iba saliendo del bache, pero su carácter empezó a
cambiar: su paciencia cada vez era menor, su humor se había hecho más agrio, su
insatisfacción crecía por momentos, no lograba descansar bien por la noche desde
hacía años..., y la convivencia fue deteriorándose, primero con los niños, y
después con David.
Actualmente la relación con los chicos había mejorado, pero sus insatisfacciones
seguían presentes y todas parecían tener un único destinatario: David.
Estaba
claro que había que intervenir, dos personas estaban sufriendo y su relación de
pareja empeoraba día a día.
El
análisis riguroso que efectuamos sobre los principales hechos acontecidos en los
últimos años nos permitió situar bastante bien el origen y la causa de la
transformación que Dori había experimentado. Uno de nuestros primeros objetivos
fue informar a David, de forma pormenorizada, de las consecuencias que, tanto
desde el punto de vista físico como anímico, había producido en Dori la
menopausia precoz que había sufrido.
Con el
problema «bien situado», David empezó a rellenar el registro de conducta (1).
Los datos no podían ser más elocuentes: Dori sufría una crisis profunda en su
estado de ánimo; no llegaba a ser una depresión como tal, pero el sentimiento de
tristeza e insatisfacción era tan permanente que había terminado por dejar
huella en una persona con su fuerza y voluntad.
Ella se
había esforzado al máximo para que su estado anímico no repercutiera en la
relación con sus hijos, y lo estaba consiguiendo, pero como por algún sitio
tenía que romperse esa cuerda tan floja, David se había erigido en el centro y
en el origen de todas sus desgracias e insatisfacciones. Literalmente parecía
«que no le pudiese ni ver»; saltaba a las primeras de cambio, le recriminaba por
lo que hacía, por lo que dejaba de hacer y difícilmente pasaba un día sin que
tuvieran una discusión fuerte.
David
intentaba que ella viera lo injusto de su postura, pero con sus argumentos sólo
conseguía irritarla cada vez más. Dori reaccionaba encerrándose en sí misma y
dirigiéndole todos sus reproches e insatisfacciones.
Nos costó
que David comprendiera que Dori estaba tan mal que no podía llegar a ella a
través del razonamiento, sino por medio de la emoción. Cuando alguien está
hundido hasta ese punto, sólo podemos ayudarle situándonos a su mismo nivel; no
intentemos que utilice la lógica y el razonamiento objetivo, porque en esos
momentos le resulta imposible, es un esfuerzo sobrehumano; necesita nuestro
apoyo, nuestro calor y nuestra comprensión, y en ello debemos volcarnos.
David por
fin:
1.
Aprendió a distinguir que cuando Dori le decía «que no se sentía querida», en
realidad lo que le estaba diciendo es que no podía más, que no era feliz, que se
sentía insatisfecha, aburrida y desesperada, que estaba agotada de no dormir por
las noches, que se pasaba el día abanicándose y abrigándose, pues aún pasaba de
los sudores más incómodos a la sensación de frío más penetrante; que quería ser
la mujer alegre, optimista y vital que siempre había sido. Le costó mucho, pues
él cometía el típico error de analizar literalmente sus palabras; no era capaz
de ver el auténtico mensaje de Dori, se quedaba en que ella le decía que no se
sentía querida, y se empeñaba en que le explicase cómo podía ser tan injusta y
decir que no la quería, cuando él se pasaba la vida pendiente de ella.
2.
Aprendió a ESCUCHAR, a respetar sus estados de ánimo, a no rebatir cada palabra
que Dori pronunciaba, a prestar atención a su comunicación no verbal (a sus
gestos de desolación, a sus movimientos sin fuerzas, a su cara y sus ojos
marcados por la tristeza y la desesperanza)... Al cabo de unas semanas...
3.
Aprendió que Dori necesitaba cercanía, cercanía anímica, necesitaba cariño,
afecto y ternura.
El
cariño se siente, no se enseña; se transmite, no se ordena; se regala, no se
pide.
4.
Aprendió que el afecto anida en los sentimientos profundos y se manifiesta en
los movimientos lentos, suaves, pacientes, llenos de calor y sensibilidad.
5.
Aprendió que cuando una persona luchadora se queja a su pareja, no lo hace para
regañarla, lo hace para intentar salvar lo que siente que está en peligro de
naufragar.
Las
mujeres son diferentes a los hombres. Lo que ellos interiorizan como una queja,
en realidad es un lamento; necesitan detalles envueltos en ternura, no en
dinero.
6.
Aprendió a amar de la forma que Dori necesitaba sentirse amada.
En
realidad, ella le había dado muchas señales, pero David se había quedado en la
literalidad de las palabras, no en la profundidad de los mensajes.
Por su
parte, pasado el primer mes, Dori vino a la consulta, y su contribución fue
vital.
Una vez
que ella se dio cuenta de que David no era el culpable de su malestar, ni de su
insatisfacción, comprendió que no terminaría de recuperarse por completo si no
asumía el control de sus propios pensamientos; de esos pensamientos negativos
que la acompañaban durante los últimos años y que continuamente le provocaban
contratiempos, emociones dolorosas, desconsuelo e insatisfacción.
También
Dori aprendió:
1.
Aprendió que, en última instancia, cada uno es responsable de su estado
emocional.
2.
Aprendió que, a pesar de las circunstancias adversas, podemos encontrarnos bien
si somos conscientes y atentos en el presente y vemos como todo surge para
desvanecerse luego... en especial los pensamientos y los sentimientos... que
podemos encontrarnos bien si aceptamos la realidad de lo que es y nos damos
cuenta de que hay cosas que podemos hacer y otras que humanamente se nos
escapan.
3.
Aprendió que nunca nos sentiremos no queridos si, por encima de todo, amamos, lo
que también significa amarse a uno mismo.
4.
Aprendió que podemos sufrir físicamente, pero que, con trabajo y con decisión,
podemos conservar la salud del alma, y con ello la salud mental.
5.
Aprendió a no pasar factura y a concentrar todas sus energías en salir adelante
y conseguir sus objetivos.
6.
Aprendió que la queja, cuando es permanente, se convierte en nuestro peor
enemigo, pues lejos de ayudarnos a conseguir nuestros objetivos, nos aleja tanto
de ellos como de las personas que nos rodean.
La
sonrisa atrae y la tristeza aleja; la alegría es una virtud, y el derrotismo una
tragedia; la esperanza derriba barreras y el pesimismo levanta muros.
Pero
sobretodo, Ser en el momento presente, soltar, relajarse, respirar
profundamente... permitir que las cosas sean, sin juzgar... y no perder el
sentido del humor... es la mayor bendición.
7.
Aprendió que el trabajo, cuando te gusta lo que haces y el horario no te roba la
vida, es un buen compañero, que te ayuda a salir de tus problemas, que te
facilita el contacto y la relación con otras personas, que te proporciona una
independencia y una autonomía que siempre son positivas.
8.
Aprendió, por último, a darse cuenta de que no podía pedir a los hombres, aunque
el hombre fuera su marido, que pensaran, reflexionaran y sintieran como mujeres.
Una de
las decisiones que Dori tomó fue volver al trabajo; afortunadamente, en su caso
podía permitirse una jornada reducida y así lo hizo. Volvió a trabajar no para
llenar vacíos, que ella sabía que debería cubrir de otra forma, sino para
sentirse de nuevo satisfecha con lo que hacía, porque sabía hacerlo bien;
necesitaba sentir que el tiempo era finito para volver a valorarlo; precisaba
volver a experimentar que la relación con las personas es una forma de seguir
creciendo cada día y de alimentar nuestra experiencia; consiguió, por último,
recuperar la tranquilidad y la paz que te da saber que tienes autonomía
económica.
Las
mujeres, a diferencia de los hombres, en términos generales valoran más las
relaciones personales que el trabajo, pero con frecuencia el trabajo favorece
las relaciones personales.
Dori y
David recuperaron la confianza el uno en el otro y algo más importante: la
comprensión, el respeto mutuo y la valoración personal.
Cuando
alguien no se sienta querido/a, que se ponga inmediatamente a la tarea de amar y
de quererse a sí mismo/a; que piense en todo lo que le gusta de él/ella, y se
concentre y disfrute de lo que ya ha conseguido en su vida.
Con estas
premisas, nos será más sencillo abordar la queja que tratamos en el siguiente
espacio: ¡Qué poco nos parecemos!
(1) Registro de conducta
Nombre / Edad
Día/hora |
Situación
¿Dónde estáis, quiénes y qué hacéis? |
Conducta problema
¿Qué hace o dice la pareja? (literalmente) |
Respuesta tuya o de otras personas presentes
(literalmente qué hacen o dicen) |
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Los registros constituyen una herramienta fundamental para el psicólogo, pues le
permite tener una radiografía muy completa de la situación; gracias a los
registros sabemos qué está pasando, cuándo ocurre, en qué circunstancias, cómo
reaccionan las distintas personas..., pero también son de gran de ayuda para
quien los realiza, pues empieza a darse cuenta de una serie de hechos que antes
le podían haber pasado desapercibidos.
Los registros son anotaciones «literales» de lo que pasa en el medio familiar,
social, laboral... del paciente. De esta forma, la evaluación será más completa
y nos permitirá ajustar al máximo nuestras pautas de intervención. Nos ayudan a
ser objetivos con los hechos y, desde el principio, nos hacen ser conscientes de
nuestras propias actuaciones, de las conductas de los que nos rodean, de cómo
reaccionamos ante los acontecimientos, de cómo influimos o nos dejamos influir
por los demás...
En las situaciones de pareja, los registros nos muestran cómo reacciona cada
uno, ante qué circunstancias se producen los momentos más conflictivos, las
acciones que crean tensión en la pareja, las que relajan el ambiente, las que
ayudan a establecer «puentes» entre ambos...
A lo largo de una intervención psicológica, lo normal es que pidamos que nos
hagan distintos tipos de registros, que nos ayudarán a evaluar las variables
fundamentales del caso; de la misma forma, proporcionarán a la pareja las claves
que antes les habían pasado inadvertidas.
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