LA NECESIDAD DE LOS LÍMITES Y LAS NORMAS
Existe
una gran confusión en los adultos adultos en relación a la labor más difícil,
pero también la más apasionante de todas: la educación de la infancia. Nunca
como ahora los padres han estado tan preocupados por educar adecuadamente a sus
hijos, pero seguramente nunca como ahora se han sentido tan perdidos y tan
desbordados. Las condiciones actuales hacen que los niños cada vez estén más
expuestos al entorno que les rodea. El avance tecnológico ha significado una
auténtica revolución en la vida de los niños. Desde edades muy tempranas, los
pequeños viven inmersos en el mundo de las nuevas tecnologías. Los ordenadores,
las video-consolas, la televisión, los juegos electrónicos e Internet han
supuesto una revolución en sus vidas. Por todos los sitios les llega
información, o desinformación; les inundan con imágenes, con juegos, con
proyecciones que nosotros, la inmensa mayoría de las veces, no controlamos.
Muchos niños ven lo que difícilmente pueden asimilar, escuchan lo que no
deberían oír, y asisten como espectadores a un mundo, a veces extraño, y
normalmente muy violento, que se expone ante ellos, y que indudablemente les
influye en su desarrollo. Los niños de hoy están aturdidos y son víctimas del
desamor, del materialismo y del consumismo de la sociedad en la que viven.
Muchos
padres sienten que han perdido protagonismo en la educación de sus hijos, que
les resulta imposible luchar contra tanta influencia que los niños reciben desde
el exterior. Hoy sabemos que no podemos tirar la toalla, que sería el mayor
error que podemos cometer. Somos conscientes que la educación no termina nunca,
pero a veces nos planteamos cuándo empieza la auténtica educación de los niños.
Muchos padres se preguntan a partir de qué edad deben estar atentos a la
evolución de sus hijos.
La
educación empieza antes del nacimiento, y no sólo por la influencia que el niño
pueda recibir en su "habitat" durante el período de gestación, sino básicamente
por las ideas previas que sus padres se han hecho sobre cómo educarlo. A veces
nos planteamos cómo es el niño de determinada edad, o qué receta mágica debemos
aplicar ante un problema específico. Afortunadamente, existen unos principios
básicos que pueden ayudarnos en la educación de los niños.
Los
adultos tenemos la obligación y la necesidad de conocer estos principios, de
interiorizarlos y de ponerlos en práctica de forma inteligente.
Principios básicos de la educación
• Debemos
recuperar la capacidad de observación para conseguir la objetividad que
necesitamos, especialmente cuando nos enfrentamos a situaciones difíciles.
• No
podemos perdernos en los detalles accesorios, en algunos síntomas que esconden
lo fundamental, esto es, la razón básica que explica la conducta de los niños,
sus motivaciones, sus intereses, sus debilidades y sus fortalezas.
•
Cada niño es una persona única, increíble y singular, desde el mismo momento en
que nace. Sabemos que es única porque no existe nadie como él, incluso aunque
tenga un gemelo con su misma dotación genética, pues él y sólo él tiene su
propio temperamento.
• Todos los niños nacen, por tanto, con un temperamento, el suyo, y según cómo
sea éste, serán más permeables o menos influenciables por el medio externo que
les rodea.
El medio
tiene una gran influencia sobre los niños. Quien haya tratado con familias y
chicos considerados «difíciles» lo sabe bien. Y, de hecho, esta ha sido una de
las grandes discusiones de las últimas décadas... ¿qué puede más: el
temperamento o el medio?, ¿la dotación genética con la que un niño nace o el
entorno que le rodea? La experiencia demuestra que depende de cómo sea el
temperamento con el que nace el niño y de cómo sea su medio. Pero, desde luego,
es mucho lo que podemos hacer para ayudar a esos niños que parecen imposibles.
Seguramente, la mayoría hemos podido ver a niños con un temperamento fortísimo y
una resistencia tremenda a las normas más elementales que les querían inculcar
desde el exterior y, por el contrario, niños increíblemente permeables y
sensibles a todo lo que les rodeaba. Hoy en día, se han superado en gran parte
esas grandes dudas y errores de algunos autores que pudieron equivocar a
numerosas familias que buscaban unas orientaciones claras y precisas que les
ayudasen a desarrollar la mejor educación posible.
El
ingente trabajo realizado en las últimas décadas nos permite afirmar, sin miedo
a equivocarnos, que:
Los niños
necesitan unos límites, unas normas básicas, unos hábitos bien trabajados, unas
reglas claramente definidas... que les ayuden en su proceso madurativo.
Cuando
decimos que los niños necesitan pautas, normas, reglas, hábitos, límites, no lo
decimos para anularlos, sino todo lo contrario; defendemos esta idea y la
argumentamos desde el convencimiento de que, gracias a este modelo educativo, el
niño de hoy podrá ser un adulto auténticamente «libre» en ese «difícil mañana»
que le espera.
Los niños necesitan AMOR, DEDICACIÓN, TIEMPO, PACIENCIA, SEGURIDAD, y nuestro
objetivo será intentar proporcionárselo. Sabemos que ellos nos aventajan en su
poder de adaptación, en su capacidad de observación (al menos hasta la
adolescencia) y en su perseverancia.
Con
frecuencia nos planteamos cómo podemos favorecer su desarrollo. A lo largo de
este espacio lo iremos viendo, pero desde luego favoreceremos su desarrollo
dándoles lo que necesitan, señalándoles los aspectos claves en las distintas
etapas, proporcionándoles pautas y orientaciones muy claras y precisas. Les
ayudaremos estando con ellos, acompañándoles en su desarrollo, resolviendo con
ellos sus preguntas, sus dudas, sus quejas, sus frustraciones. Dado que
conocemos las transformaciones que experimentan en las distintas etapas, no
caeremos en sus provocaciones —por ejemplo en la adolescencia— y recordaremos
siempre que lo más insustituible será nuestra presencia.
Premisas que nos ayudarán en la educación de los niños
• Antes
de hablar conviene observar, escuchar, analizar, empatizar...
• Debemos
aprender a decir NO cuando las circunstancias así lo requieran.
• No
podemos ahogarnos en la desesperanza.
•
Recordemos que los los padres, profesores y psicólogos pueden ser grandes
aliados, formar parte del mismo equipo, por lo que deberán trabajar de forma
coordinada.
Errores que deben evitar los padres
•
Intentar ser colegas en lugar de padres. Los niños necesitan situarse y
situarnos. Los adultos ocupan un papel fundamental en sus vidas: el de adultos,
y pocas cosas los confunde tanto como ver a un adulto actuando como un niño.
•
Intentar «comprarlos» haciendo de buenos o poniéndonos siempre «de su parte». En
un principio es la postura más cómoda, aunque, tarde o temprano, se vuelve en
contra de quien la ejerce.
•
Protegerlos en exceso, hacer que el mundo gire en torno suyo. Debemos estar a su
lado, pero para ayudarles, no para asfixiarlos. Los niños tienen que vivir sus
propias crisis, y serán éstas las que les permitan generar sus propios recursos,
sus propias habilidades, sus propias salidas.
•
Pretender razonar en medio de una discusión, o tratar de imponer en lugar de
sugerir.
• Mostrar
impaciencia, meter prisa, transmitir tensión. Sacrificar constantemente a los
otros hermanos o miembros de la familia.
• Cerrar
los ojos: negar lo evidente y pensar que los otros exageran. Favorecer el
materialismo y el consumismo. Darles desde pequeños todo lo que piden. De esa
forma empiezan por no darle valor a las cosas y terminan por no dárselo a las
personas.
• Educar
en el resentimiento, en la intolerancia, en la falta de generosidad y en la
ausencia de valores.
Reglas
de oro
• Los
discursos, en las situaciones conflictivas, sirven de poco. Los niños no
reaccionan ante nuestras palabras, sino ante nuestros hechos. Los discursos les
aburren, les sobrepasan, provocan enfrentamientos estériles.
• Hay que
unificar criterios y actuar con segundad.
• A veces
tendremos que asumir papeles incómodos, poco populares.
• No
podemos sucumbir en las situaciones de crisis.
• Debemos
callar cuando el otro necesite hablar.
• Hay que
elegir el lugar apropiado, el momento adecuado y el mensaje idóneo.
• Tenemos
que transmitir vibraciones positivas, ilusión y entusiasmo, porque si perdemos
la esperanza, ¿qué nos queda?
• Si el
problema nos sobrepasa, acudiremos a un buen profesional, que lo analice con el
rigor necesario y ponga un programa de actuación racional, razonable y
alcanzable.
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