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POR QUÉ LOS
NIÑOS SON AGRESIVOS
Cuando
aparecen esas primeras conductas agresivas en el repertorio del niño, la función
que cumplen a corto plazo consiste en resolver el conflicto de la manera que él
entiende más eficaz. Más allá de otro tipo de interpretaciones, al niño le sale
esa conducta y, según su percepción, resulta adecuada. Es a partir de ese
momento cuando la conducta agresiva se puede instaurar y se puede convertir en
habitual, precisamente por esa función que cumple al permitirle resolver el
conflicto. Este hecho la reforzará y ayudará a aumentar en un futuro la tasa de
respuestas agresivas, al asociar la función cumplida al método utilizado. Las
personas tendemos a repetir el uso de estrategias que comprobamos que funcionan
y abandonamos aquellas que menos sirven. Los niños atienden a los resultados
inmediatos, pues no tienen capacidad aún para valorar los resultados a largo
plazo. Este hecho explica que, aunque la conducta agresiva con el tiempo sólo
les traiga problemas, en esta fase evolutiva no lo valorarán así.
La
actuación de los adultos en este punto es muy importante ya que son los
encargados de hacerle ver al niño que esa conducta no es la adecuada y de que
tendrá que encontrar otras más apropiadas que le permitan resolver esos
conflictos. Si se está atento a esas conductas agresivas y se manejan
adecuadamente, tenderán a remitir y el niño desarrollará con más facilidad
otras, tanto en el entorno familiar como en la escuela. Una cierta desatención a
estas primeras conductas agresivas facilitará su instauración como habituales en
el niño y hará más difícil posteriormente tanto su remisión como el aprendizaje
de otras conductas alternativas, más adecuadas y normalizadas.
Muchas
veces, detrás de la agresividad infantil, sobre todo en el proceso inicial de
mantenimiento de la misma, se aprecia una manera de reclamar la atención por
parte del niño. La necesidad de verse atendidos en los primeros años de vida es
parte natural del proceso de aprendizaje y crecimiento. El niño, a través de lo
que va recibiendo del entorno, va conformando su propia forma de actuar, de tal
manera que podemos estar hablando de un proceso recíproco en el que niño y medio
interactúan y como resultado tenemos comportamientos que se van haciendo
habituales y otros que van desapareciendo. En general, los niños pueden
desarrollar en poco tiempo las conductas agresivas como forma de captar la
atención de los demás, con lo que será otro factor a considerar a la hora de
abordarlas por parte del adulto.
Los
recursos que el niño va adquiriendo a lo largo del tiempo le van permitiendo,
por un lado, adaptarse a las exigencias del medio en el que vive y, por otro, ir
modificando el entorno según su propio criterio. En ocasiones, la falta de
habilidades por parte del niño para conseguirlo con éxito le conduce a
desarrollar conductas agresivas, en especial cuando se trata de la resolución de
conflictos que en principio son normales para desenvolverse en la vida
cotidiana. Aquí podemos hablar de participaciones en juegos, de situaciones en
las que compartir sus cosas, de ajustarse a normas sociales en la escuela, de
asumir límites en casa... Toda situación nueva impone una forma de actuación
que, según sus resultados, devuelve al niño la información para que valore si ha
servido o no. En función de la percepción que tenga el niño y lo habilidoso que
sea a la hora de actuar de una u otra manera, irá conformándose su patrón de
conducta.
Los
estudios y seguimientos que se han podido realizar en entornos infantiles en los
que existía algún tipo de maltrato y conductas agresivas dentro de la familia
indican que las probabilidades de que aparezcan conductas de este tipo en esos
niños es más alta que en la población normal. Esto indica lo importante que es
el medio y, en estos primeros años, la alta influencia que tienen estas primeras
experiencias en el aprendizaje que va haciendo el niño de sus distintas
conductas sociales. La importancia de los modelos de aprendizaje se conoce
también a través de las conductas positivas.
El niño
es como una esponja y, durante la infancia, en especial en el periodo que va
hasta los 6 años de edad, dispone de gran capacidad para copiar e imitar
conductas de su entorno más próximo. Los padres y cuidadores son los modelos que
más importancia tienen en este momento, sirviendo de ejemplos de comportamientos
que el niño, sin capacidad crítica todavía, tiende a imitar, por lo que la
vulnerabilidad de éste es muy grande.
A pesar
de estos tempranos aprendizajes, la clave de su posterior evolución estará en la
detección temprana de las conductas indeseadas y su correcta modificación.
La
información que recibimos a través de los medios de comunicación juega un pape!
primordial a la hora de configurar nuestras opiniones y en consecuencia nuestros
comportamientos. En los niños, atendiendo a la importancia que cobran los
modelos de comportamiento y los modelos de opinión, podemos decir que la
influencia es muy significativa.
En los
últimos años estamos asistiendo a un gran debate social como consecuencia de la
demanda de más espacios apropiados dirigidos especialmente a los niños y de
menor accesibilidad de éstos a programas de contenidos de carácter adulto. El
aumento de situaciones de violencia extrema en estos espacios es constatable, a
través del número creciente de películas, por ejemplo, de carácter agresivo. Por
otro lado, parte de la oferta que existe para la etapa infantil enseña también
escenas y contenidos con mucha más carga violenta de la que sería deseable. Todo
ello redunda en una mayor accesibilidad del niño a modelos agresivos, con lo que
se produce un cierto proceso de normalización en la percepción que hace de
éstos.
Los
juegos han cambiado en los últimos años. El extraordinario avance de las
tecnologías audiovisuales ha dado lugar a la aparición de juegos interactivos
que atrapan poderosamente la atención en los niños y que les permiten simular
diferentes escenarios, antes inimaginables. Esto, por un lado, ha hecho
disminuir el uso de otro tipo de juegos más tradicionales y, por otro, aunque
han podido aumentar los de carácter lúdico y de aprendizaje, están apareciendo
muchos con cargas de agresividad importante. Con demasiada frecuencia, el niño
interactúa observando escenas con variados grados de violencia y participando
él, incluso, en las mismas.
El
notable éxito que están teniendo estos juegos está avalado por las grandes
ventas y el rápido desarrollo de otros nuevos juegos de parecidas
características. Se ha comprobado el aumento de la agresividad, en muchos casos,
en niños que utilizan habitualmente este tipo de video-juegos, tanto cuando los
usan, como cuando no pueden por cualquier razón y quieren hacerlo.
La
frustración es una emoción de carácter negativo, gracias a la cual podemos
sentirnos desde desolados o desilusionados, hasta muy desanimados e incluso
enfadados, y que aparece fundamentalmente después de algún acontecimiento que no
ha ocurrido como nosotros esperábamos, y que de alguna manera percibimos como
peor de lo que nos indicaban nuestras expectativas. Evidentemente, la vida
humana no está exenta de algunos hechos negativos e indeseables por los que nos
toca pasar.
La
capacidad de frustración en el niño también está íntimamente ligada a la
agresividad manifiesta. Los niños, mediante sus frustraciones, aprenden a
manejar las experiencias negativas y manejarse ellos mismos; sólo cuando sus
reacciones son extremas y la frustración es grande es cuando existe una alta
probabilidad de que aparezcan conductas agresivas. Un manejo inadecuado de sus
frustraciones y una cierta incapacidad para su control conllevará también un
aumento de las conductas agresivas.
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