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SECTAS Y RELIGIONES
El hecho religioso es una parte muy importante de la historia humana. En
todas sus épocas y culturas aparece una actividad, diferente de la actividad
ordinaria, mezclada generalmente con elementos "mágicos". El hecho religioso
contiene una enorme variedad de formas, que toma según las diferentes
épocas, culturas y situaciones en que se desarrolla. Pero contiene también
una incuestionable unidad que nos permite identificar fenómenos
aparentemente muy diferentes, como por ejemplo en la religiosidad del
primitivo y en las complejas manifestaciones sectarias actuales.
Es preciso comprender aquello que mueve a las personas, y que las ha movido
a lo largo de toda la historia, al acto religioso, y ver claramente si este
movimiento es espiritual o pertenece es simplemente un error grave.
El ser humano busca refugio en las doctrinas por ignorancia, miedo y
confusión. Muchas veces lo hace justo cuando la angustia le ahoga. Deja
entonces de lado el verdadero trabajo que tiene encomendado en su vida, que
es vivir espiritualmente, el conocerse a sí mismo, ver las causas de las
circunstancias en su vida y obrar adecuadamente en ella. Entonces se
desvaloriza a sus propios ojos, y deja su trabajo en manos de Dios.
Hoy, como ayer, existen numerosas sectas porque existen numerosos individuos
dispuestos a transformar en realidades absolutas lo que no son más que
deseos y esperanzas ignorantes. Ciegos a la razón se dirigen únicamente por
las emociones. Es un hecho indudable que cuanto más limitado se encuentra el
ser humano por su naturaleza animal de manera más sectaria se comporta. Toda
su historia cuenta el interminable relato de las guerras entre sectas por
alcanzar el poder e imponer su doctrina.
Todo grupo de individuos que se denomine a sí mismo espiritual o religioso
forma una secta. Cruzadas, guerras santas, inquisición, represión, crueldad,
terror... Cuánto horror en nombre de Dios. Debemos entender que es imposible
crear una serie de ideales y de creencias, que siempre llevan a barreras
psicológicas y físicas, y desde allí “vivir”, “amar” o realizar una
auténtica labor. Lo que significa la pertenencia a estos grupos es algo que
únicamente pueden ver las personas que ejercen un mínimo de inteligencia y
tienen el valor y la fortaleza necesarios para ver la verdad de las cosas.
Las sectas, que son todos los grupos organizados que tienen un objetivo
“espiritual”, por la fuerza de su propia naturaleza, por el poder que
entregan a los ideales y a las doctrinas que las sustentan, establecen y
mantienen una actitud hostil y de enfrentamiento con el resto de la
humanidad, especialmente hacia otras corrientes de pensamiento. Las
doctrinas son standard, inamovibles, siempre muy limitadas y llevan al
fanatismo, a la violencia, a la guerra, y al dolor.
En las sectas siempre hay quienes se aprovechan de su actividad, y los
lugares en donde se reúnen se impregna de una característica que les es
propia y que intenta atar la consciencia de los que allí se congregan. La
liturgia que realizan es un teatro, y resulta sorprendente conocer lo que
piensan, lo que sienten y lo que desean los individuos que participan en
esas reuniones. Es cierto que ciertos actos, con una ceremonia establecida
pueden ser necesarios para el desarrollo del trabajo espiritual, pero estos
actos necesitan un conocimiento y unas condiciones interiores determinadas
que no alcanza el ser humano sin evolucionar.
En estos grupos existe una búsqueda de “Dios” egoísta y cruel. Buscan a Dios
cuando en verdad sólo desean placeres. Se vuelven tanto más radicales y
violentos cuanto mayor es el grado de fanatismo de sus miembros y, casi
todos, se caracterizan por un desmesurado afán de proselitismo. La secta es
inseparable del fanatismo y del proselitismo. La mente del ser humano es
perfectamente permeable a determinadas influencias. Si una mente en muy
poderosa puede influir sobre otras más débiles y modificarlas. En la vida
existe una circulación de influencias síquicas que pueden alterar las formas
de pensamiento y las ideologías de las personas.
Una creencia es más o menos fuerte dependiendo de la intensidad de la fe que
el individuo tiene en ella. En la mayoría de los seres humanos, el despertar
de las facultades intelectuales va planteando interrogantes que minan de
dudas sus convicciones anteriores. La energía psíquica que sirve de
propulsión a todo pensamiento, se escapa, en este caso, por los agujeros de
la duda y llega con escasa fuerza a otras mentes.
Pero el caso del fanático es distinto. Este aún no tiene despiertas sus
facultades intelectuales y carece de todo discernimiento. Ha "aceptado" una
verdad y, puesto que carece de dudas, la proyecta con toda su energía,
causando una impresión considerable en otras mentes, particularmente en
aquellas de características similares a la suya, que se limitan a aceptar la
nueva "verdad" y se convierten pronto en transmisores de ella. Esta es la
razón por la que el fanático resulta un proselitista eficaz, y esto explica
también el rápido crecimiento de las sectas más dogmáticas y radicales.
Cuando se producen contribuciones al conocimiento por parte de personas con
convicciones religiosas, normalmente suceden a pesar de la doctrina que
profesan y, muchas veces, lo tienen que pagar caro. A las sectas y a sus
doctrinas profesadas no les interesa el conocimiento de la verdad, sino
solamente aquello que les permite justificar el dogma de sus creencias para
poder perpetuarse. En un nivel más personal, los seres humanos nos afirmamos
convenciendo a los demás de nuestras ideas, porque estamos convencidos que
cuantos más seamos nuestra verdad será más verdad. Si el conocimiento
presentado se adecua a nuestros intereses los aceptamos y los apoyamos. Si
no, los repudiamos y excomulgamos, torturamos y separamos a los
responsables, cuando no los exterminamos. La religión, las sectas, las
creencias y las doctrinas son únicamente una historia de intereses y de
intransigencia.
Al fin y al cabo, la diferencia entre secta y religión reside únicamente en
el número de adeptos. Cualquier doctrina parece que posea mayor verdad
cuando está establecida y es mayoritariamente aceptada, pero no olvidemos
que todas las grandes “religiones” extendidas en occidente fueron, en su
día, grupos de marginados a quienes el tiempo, el pacto, y el proselitismo,
entre otros factores, las llevaron al lugar que hoy ocupan. Muchas aún
conservan vivo, en parte, el espíritu radical sectario de los primeros
tiempos, aunque en la medida en que se ha hecho fuertes y estables han
aumentado también su grado de tolerancia y disminuido su radicalidad.
Muchas sectas aconsejan o establecen el celibato. El celibato es bueno, e
incluso necesario, cuando una persona se desenvuelve en determinados niveles
de conocimiento. Pero este conocimiento no se encuentra generalmente al
alcance de estos grupos doctrinarios. Esto conduce a quienes siguen estas
doctrinas a un punto de confusión y de miedo, y todo lo bueno y adecuado que
podrían obrar en sus vidas lo dejan de hacer para obrar lo contrario, la
equivocación, el mal, y “desperdician” el tiempo de sus vidas en ello.
Muchas de estas personas se complacen morbosamente en el contacto de niños y
de jóvenes, cayendo en la pederastia, y todo esto motivado por razones que
ni ellos mismos comprenden, pero que son sencillas de explicar cuando se ve
la verdad.
Los maestros no existen, nadie puede decir que sea un maestro. La vida es
infinita y eterna, y el aprendizaje sobre ella, sobre uno mismo, también lo
es. Todos los seres vivos somos aprendices, unos en un grado y otros en
otro, y a medida que avanzamos por el camino espiritual, por el camino de la
misma vida, vamos viviendo progresivamente la plenitud.
El trabajo espiritual es una labor personal, siempre se debe realizar a
partir de las circunstancias concretas de la propia realidad, desde la
verdad, pero jamás desde la doctrina o enseñanza general que ofrecen las
sectas. Cada persona debe encontrar su propia verdad, no la de otros. Tendrá
que transcurrir todavía algún tiempo antes de que la humanidad evolucione y
supere las concepciones sectarias. Es necesario que los seres humanos
aprendamos a tomar la iniciativa en lo que respecta a ver la verdad, a
conocer la propia realidad. Tenemos que aprender a pensar, a sentir y a
obrar adecuadamente en las dificultades y entresijos que trae consigo la
vida. Pero no debemos ser esclavos de nada, ni siquiera de un dogma.
No podemos encontrar a Dios dentro de ningún movimiento religioso, creencia,
fe o credo. La creencia es una negación de la verdad, la creencia impide ver
la verdad. Creer en Dios no es encontrar a Dios, porque en realidad Dios es
lo desconocido, y nuestra creencia o no creencia en lo desconocido es una
mera proyección de nuestra mente y de nuestro pensamiento y, por lo tanto,
no es real.
Los seres humanos creemos porque eso nos brinda satisfacción, consuelo,
esperanza y decimos que da sentido a nuestra vida. La creencia tiene en
realidad un significado mas bien escaso, porque creemos y explotamos al
prójimo, creemos y matamos, creemos en un Dios universal y nos asesinamos
entre nosotros. Los seres humanos que dicen que creen en Dios han destruido
la mitad del mundo y la otra mitad sufre y padece. A causa de la
intolerancia religiosa existen las divisiones entre creyentes y no
creyentes, y esto conduce a las guerras de religión.
La creencia en Dios no puede ser un buen incentivo para que el ser humano
sea y viva mejor. El único incentivo tiene que ser vivir espiritualmente. Si
esperamos algún beneficio significa que no nos interesa vivir
espiritualmente, sino que sólo nos interesa beneficio. El interés personal,
la búsqueda del beneficio propio, puede ser de muchas y diferentes clases, y
por ellos nos enfrentamos violentamente unos con otros. Pero si vivimos
juntos, espiritualmente, no porque creamos en Dios, sino porque somos
conscientes y obramos adecuadamente, entonces compartiremos enteramente los
medios de producción con el fin de producir cosas necesarias para todos. Por
falta de inteligencia aceptamos la idea de una superinteligencia a la que
llamamos "Dios". Pero la idea de este "Dios", esta superinteligencia, no va
a brindarnos una vida mejor. Lo único que conduce a una vida mejor es la
espiritualidad, que es inteligencia, y no puede haber ni espiritualidad ni
inteligencia si hay creencias, si hay divisiones de clase, si los medios de
producción están en manos de unos pocos, si hay nacionalidades
independientes y gobiernos soberanos.
Prácticamente todas las personas creen, y han creído a lo largo de toda la
historia, de diferentes maneras, pero las creencias carecen de cualquier
realidad. La realidad es lo que uno es, lo que hace, lo que piensa, y toda
creencia en Dios y todo hecho religioso es una simple evasión de la vida
monótona, necia y cruel. Más aún, la creencia divide invariablemente a las
personas, ahí están el hindú, el budista, el cristiano, el comunista, el
socialista, y así sucesivamente. La idea, la creencia divide, jamás une a
las personas. Se pueden llegar a juntar unas cuantas personas con un mismo
ideal y formar un grupo, pero ese grupo se opone siempre a otro grupo. Las
ideas y las creencias son separadoras, desintegradoras y destructivas. Por
lo tanto, la propia creencia en Dios está, de hecho, extendiendo la desdicha
por el mundo. Aunque nos haya aportado momentáneamente consuelo, en realidad
nos trae más desdicha y destrucción en forma de hambre, guerras, divisiones
de clase y acciones despiadadas. Así, pues, nuestra creencia carece
totalmente de valor. Si realmente viéramos a Dios, si vivir en Él fuera para
nosotros una experiencia real, entonces viviríamos espiritualmente y
nuestras obras serían adecuadas.
Dios no es la palabra, la palabra no es la cosa. Para conocer aquello que es
inconmensurable, que no pertenece al tiempo, la mente tiene que estar libre
del tiempo, lo cual significa que la mente tiene que estar libre de todo
pensamiento, de todas las ideas acerca de Dios. En realidad no sabemos nada
acerca de Dios o de la Verdad. Todo lo que sabemos son palabras, las
experiencias de otros o algunas experiencias más bien vagas. Eso, con
seguridad, no es Dios, no es la realidad; eso no está fuera del ámbito del
tiempo. Para conocer aquello que está más allá del tiempo debemos comprender
el proceso del tiempo, que es el pensamiento, el proceso de llegar a ser
algo, la acumulación de conocimientos. Este es todo el pasado de la mente;
la mente misma es el pasado, tanto la consciente como la inconsciente. La
mente debe estar libre de todo lo conocido, lo cual significa que debe estar
por completo en silencio. Pero la mente que logra el silencio como un
resultado, como consecuencia de una acción determinada, de la práctica, de
la disciplina, no es una mente silenciosa. La mente forzada, dominada,
moldeada, encuadrada y mantenida en silencio, no es una mente serena. La
serenidad sólo llega cuando comprendemos el proceso del pensamiento en su
totalidad, porque comprender su proceso es darle fin y al cesar el proceso
del pensamiento empieza el silencio.
Sólo cuando la mente está en completo silencio, tan sólo entonces puede
llegar lo desconocido. Lo desconocido no es algo que la mente pueda
experimentar, sólo puede vivirse en el silencio, nada más que en el
silencio. Si la mente experimenta algo que no sea en el silencio no hace más
que proyectar sus propios deseos, y una mente así no está en silencio.
Mientras la mente no esté en silencio, mientras el pensamiento en cualquier
forma, consciente o inconsciente, esté en movimiento, no puede haber
silencio. El silencio es la liberación del pasado, de los conocimientos, de
los recuerdos; y cuando la mente está silenciosa del todo, inactiva, cuando
en ella reina un silencio que no es producto del esfuerzo, sólo entonces lo
atemporal, lo eterno, puede surgir. Este estado no es un estado para
recordar, porque no hay entidad alguna que recuerde, que experimente.
Por lo tanto, Dios, la verdad, o como queramos llamarle, es algo que se crea
de instante en instante, y sólo puede vivirse en un estado de libertad y de
espontaneidad, no cuando se disciplina la mente de acuerdo a una norma o un
dogma. Dios no es una cosa de la mente, no surge mediante la proyección de
uno mismo y sus deseos. Sólo llega cuando se vive espiritualmente y se es
verdaderamente virtuoso. Espiritualidad es ver la realidad de la propia
verdad y obrar adecuadamente. Eso es virtud, y ver y enfrentarse
adecuadamente con el hecho supone entrar en un estado de bienaventuranza.
Sólo cuando la mente está dichosa, serena, sin ningún proceso de sí misma,
sin la proyección del pensamiento, sólo entonces se manifiesta lo eterno.
El ser humano vive en la insatisfacción, el dolor y la ignorancia y, para
huir de ello toma vías de escape en su búsqueda de satisfacción. Con este
deseo de placer y rechazo del dolor el ser humano recorre la Tierra entera,
buscando y rechazando, intentando la satisfacción de los sentidos con los
objetos creados por la mente y la sensualidad.
Como no existe ningún deseo en esta Tierra que satisfaga profunda y
verdaderamente, se busca a Dios, la eterna satisfacción. Aquí nace el hecho
religioso, ahora y en toda la historia. Y si tomamos este camino sólo
encontraremos dolor, sufrimiento e insatisfacción. Nos daremos cuenta que
hemos invertido nuestros días y nuestro tiempo para encontrarnos únicamente
en ese mundo tras cuya fachada alucinante sólo vive la nada. Al final de ese
camino emprendido, siempre se encuentra uno sólo consigo mismo, caído, sucio
y agotado, debiendo de nuevo emprender sus pasos. Es del todo necesario
aprender a vivir espiritualmente, a caminar por el sendero de la Luz.
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